Horror Hammer

Introducción

La productora Hammer Film Productions fue sin duda el origen de una nueva forma de mostrar el terror clásico en pantalla desde los años 50 hasta los 70, heredera de la Universal, que hizo lo propio en los años 30 y 40.

A pesar de no contar con grandes presupuestos, las películas de la Hammer solían resultar muy aparentes en pantalla, sabiendo sacar buen partido de los medios con los que se contaban (no era rara la reutilización de escenarios de un título a otro). Además, los repartos solían estar formados por competentes actores británicos, entre los que habría que destacar a los legendarios Christopher Lee y Peter Cushing. Entre los directores, no cabe duda de que el más destacado fue Terence Fisher, responsable en buena parte de los principales títulos de la productora, y de darles su característico estilo.

Sin duda una de las claves del éxito de las películas de la Hammer sería su uso del color. La Hammer sería pionera en mostrar la violencia de forma bastante gráfica, y exponer la sangre en un vívido color rojo. El Conde Drácula no era ya simplemente un aristócrata transilvano vestido en blanco y negro, sino que ahora la roja sangre chorreaba de sus colmillos. Por otra parte, los escenarios ya no son (necesariamente) lugares tenebrosos y llenos de telarañas, sino que hasta el castillo de Drácula es una mansión aparentemente bien iluminada, donde el horror surge casi a la luz del día. Sin duda todo un cambio al estilo de influencias expresionistas de la Universal.

Además de sus películas de horror gótico, la Hammer también es conocida por títulos como la serie de ciencia ficción iniciada con El Experimento del Dr. Quatermass (1955) o películas de fantasía prehistórica como Hace un Millón de Años (1966) o Cuando los Dinosaurios Dominaban la Tierra (1970).

Evidentemente, con la inmensa producción de la Hammer es imposible que todas las películas sean buenas (de hecho, como en todo, la proporción de material de mala calidad es muy superior a la de buenas películas). Aún así, son películas a las que nunca se les puede negar un cierto encanto (por no hablar de un estilo visual propio), como de antigua sesión doble, y que cuentan con fieles seguidores. Y es que la etiqueta de Horror Hammer se ha convertido prácticamente en la definición de un subgénero propio, de culto. Las influencias del estilo creado por la Hammer pueden verse tanto en producciones más o menos contemporáneas (como en el caso de Roger Corman) hasta en autores modernos como Francis Ford Coppola (Dracula de Bram Stoker) o Tim Burton (Sleepy Hollow). Es probable que al espectador moderno (acostumbrado a los excesos de títulos como Saw u Hostel) no le causen verdadero terror o impacto, pero siempre pueden verse, como decía Terence Fisher, como cuentos de hadas para adultos.

El Monstruo de Frankenstein
La película que iniciaría el exitoso ciclo de películas de terror de la productora es The Curse of Frankenstein (1957; La Maldición de Frankenstein), dirigida por Terence Fisher. Se trata de una interesante versión de la historia clásica, centrada más en el Barón Victor Frankenstein (interpretado por Peter Cushing), que en su Criatura (Christopher Lee), y esa será una de las constantes de la serie. Así, el verdadero monstruo es el científico loco, obsesionado por sus siniestros experimentos. Como curiosidad, tanto el maquillaje de la Criatura como el aspecto del laboratorio de Frankenstein son deliberadamente distintos de los popularizados por las películas de la Universal. Otro elemento de interés es la posibilidad de que toda la historia esté en la mente enferma del Barón, pues toda la película viene a ser un flashback narrado por el personaje de Cushing, del que se dan indicios para no considerarlo como un narrador fiable. Por supuesto, esta ambigüedad desaparece con las secuelas de la película.

The Revenge of Frankenstein (1958; La Venganza de Frankenstein) es una secuela directa de la anterior, que empieza donde acababa aquella. En esta película no existe una Criatura como tal, y el personaje monstruoso como tal (independientemente del propio Barón) tiene los rasgos de un ser humano (el actor Michael Wynn), aunque a medida que su mente se va degradando, también lo hace su aspecto. De todas formas, su apariencia está más próxima a un Mr. Hyde, más apoyada por la iluminación y la expresividad del actor, que a un cadaver andante hecho a partir de partes humanas. En consecuencia, el planteamiento se acerca más a elementos psicológicos, en vez de presentar al habitual monstruo desgarbado.

The Evil of Frankenstein (1964) presenta una nueva versión de la historia, difícilmente conciliable con las películas anteriores. La Hammer ya ha llegado a un acuerdo con la Universal, y en esta película tanto la Criatura (interpretada por un luchador neozelandés llamado Kiwi Kingston) como el laboratorio se parecen más a los popularizados por las películas de Boris Karloff, aunque resultan menos logrados (el maquillaje es especialmente flojo). Por otra parte, Fisher no pudo dirigirla a causa de un accidente y se ocupó de ello Freddie Francis. El Barón se ve obligado a regresar a su hogar e intenta devolver la vida a su Criatura. La idea central de la película es interesante (a pesar de relegar a segundo plano la maldad del Barón) y tiene personajes atractivos, pero el principal problema es lo mucho que le cuesta a la trama “entrar en materia”. El flashback en el que Peter Cushing narra la creación original de la criatura es una nueva historia que no tiene nada que ver con la primera película (¿de nuevo se trata de un narrador no fiable?).

En Frankenstein Created Woman (1967; Frankenstein Creó a la Mujer), Terence Fisher vuelve a la dirección para dar la versión Hammer del tema de La Novia de Frankenstein, protagonizada por la playmate Susan Denberg (cuya voz fue doblada debido a su fuerte acento austriaco). El Barón, tras los problemas ocasionados por sus transplantes cerebrales, se pone metafísico y decide experimentar con los transplantes de almas. Así, su criatura esta vez es el alma de un vengativo hombre en el cuerpo de una mujer. La trama en realidad es sencilla, pero Fisher sabe como crear tensión mediante la construcción de la atmósfera. Sólo por eso, y por su originalidad, se convierte en uno de los títulos más interesantes de la serie.

En Frankenstein Must Be Destroyed (1969; El Cerebro de Frankenstein) el Barón, más despiadado que nunca, vuelve a sus experimentos alrededor del transplante de cerebros (centrados en el enloquecido cerebro de un colega), a la vez que chantajea a una joven pareja para que le ayuden. Tras unos prometedores inicio y planteamiento (y unos escenarios por encima de la media habitual), la trama pierde algo de fuelle en su tramo final, una vez la Criatura de turno interpretada por Freddie Jones (no deja de ser un cerebro en un cuerpo ajeno, sin más maquillaje que una cicatriz) empieza a desarrollar sus ansias de venganza, aunque de manera inteligente: este monstruo no es un simple bruto tambaleante. También es cierto que a la película le sobra algo de metraje, lo que se explica porque hay unas cuantas escenas añadidas tardíamente al guión o incluso al final del rodaje (creando además alguna que otra inconsistencia).

The Horror of Frankenstein (1970; El Horror de Frankenstein) está realizada por un equipo totalmente nuevo, y protagonizada por un Barón Frankenstein más joven (Ralph Bates). La Criatura está interpretada por David Prowse (famoso por ser el cuerpo de Darth Vader), con un aspecto no muy amenazador. El guión es una nueva versión de la historia original, con un Barón joven (y mujeriego). Muchas situaciones tienen un toque levemente humorístico, que quitan tensión a la historia, pero tampoco son suficientes para convertirla en una parodia. En resumen, esta especie de remake es uno de los títulos más flojos de la serie (y casi no puede considerarse parte de ella).

Por suerte, en Frankenstein and the Monster from Hell (1974) vuelven los habituales Terence Fisher y Peter Cushing, además de repetir David Prowse debajo de un disfraz de aspecto simiesco. El Barón se oculta ahora en un manicomio, de cuyos internos obtiene los materiales necesarios para sus siniestros experimentos. La trama es la habitual, con toques esta vez de la historia de La Bella y la Bestia. Si en la película anterior se había optado por elevar el nivel de erotismo para atraer al público, en esta en cambio se resaltan los elementos más sangrientos de los experimentos de Frankenstein.

A pesar de tener alguna que otra película destacable, la Hammer no alcanzaría tanta popularidad con Frankenstein como lo haría con Drácula. Puede que una de las razones sea la ausencia de una imagen característica para la Criatura: el aspecto de la creación del Barón es distinto en cada una de las películas. Así, es imposible hacer sombra a la imagen establecida por Boris Karloff (y continuada por Lon Chaney Jr.) en las películas de la Universal. Por otra parte, hay que tener en cuenta que el Frankenstein de la Hammer presenta como verdadero monstruo al Barón Frankenstein, siendo su Criatura no más que una víctima o una herramienta del verdadero villano. Finalmente, no parece haber una verdadera continuidad dentro de la serie: no es raro que un personaje parezca morir en una película para reaparecer (sin explicación alguna) en la siguiente.

El Conde Drácula
Sólo un año después de iniciar el ciclo de películas de Frankenstein, la Hammer se pondría a trabajar en el Vampiro más famoso de todos los tiempos. La serie se inicia con Dracula (1958; Drácula), libre adaptación de la novela de Bram Stoker en la que repite el trío principal responsable del primer Frankenstein (Fisher, Cushing y Lee). Así, aunque se sigue a grandes rasgos el desarrollo del original, se toman ciertas libertades e introducen variaciones (que en muchos casos parecen impuestas por limitaciones del presupuestop y de la breve duración de la película). El protagonista es el doctor Van Helsing interpretado por Cushing, mientras que Christopher Lee (con apenas un par de frases) hace una interpretación muy física y basada en las miradas del Conde Drácula, alejada del acento y teatralidad popularizados por Lugosi. Es interesante remarcar que toda la acción parece situarse en una misma región alemana, restándole cierta grandiosidad a la historia original.

En su continuación, The Brides of Dracula (1960; Las Novias de Drácula), el Conde sólo aparece en el título y mencionado un par de veces (con lo que Christopher Lee tampoco aparece en esta película). El protagonista vuelve a ser Cushing como Van Helsing, que se enfrenta a otro caso de vampirismo, esta vez en Transilvania (aunque los nombres de lugares y personas siguen siendo mayoritariamente germánicos). La dirección de Fisher es correcta y parece contar con más medios (o sacarles mejor partido), y también lo es la historia (a pesar de algunos elementos discutibles), pero el vampiro interpretado por David Peel carece del carisma y la presencia de Lee. Aún así, en conjunto se trata de una buena película, que demuestra que puede tratarse el tema del vampirismo sin necesidad de recurrir a Drácula (aunque se le siga usando como gancho comercial en el título).

Esa idea la lleva aún más allá The Kiss of the Vampire (1963), en la que la única referencia a Drácula sería el superficial parecido físico con Lee que tiene el vampiro que interpreta Noel Willman. Esta historia (ambientada a principios del siglo XX) narra las vicisitudes que sufre una pareja de recién casados al caer en manos de una siniestra familia bávara (que en ocasiones parece una secta), de las que saldrán con la ayuda del experto local en vampiros. Ni Fisher, ni Lee, ni Cushing participan en esta película, que incide en el vampirismo como símbolo de una decadencia que amenaza al “orden establecido”. La película es destacable por su categoría de “rareza” (que también hace que no se la considere habitualmente al hablar de las películas de Drácula en la Hammer) y por un final bastante espectacular (y que fue descartado como conclusión de The Brides of Dracula).

En Dracula: Prince of Darkness (1966; Drácula, Príncipe de las Tinieblas) vuelven Fisher y Lee (pero no Cushing), para hacer que Drácula resurja de sus cenizas (bastante literalmente) en esta continuación de la película de 1958 (presentada como tal en los propios títulos de crédito, que nos muestran imágenes de dicha película a modo de resumen). Se trata de una historia en la que una pareja de matrimonios de viaje se ven atrapados en el castillo del Conde. A pesar de ser una historia original, utiliza elementos de la novela de Stoker que aún no habían sido empleados (como un personaje que recuerda a Renfield). La dirección de Fisher (a pesar de algunos errores de continuidad) crea la tensión poco a poco, sin precipitar el impactante regreso de Drácula. Christopher Lee no estaba satisfecho con las frases que le correspondían en el guión, así que decidió interpretar al Conde sin decir ni una sola palabra durante toda la película. El destino final de Drácula es lo bastante ambiguo como para no complicar demasiado su regreso en futuras continuaciones.

Como curiosidad, hay que comentar que inmediatamente tras esta se rodó Rasputin: The Mad Monk (1966; Rasputín: El Monje Loco), reutilizando parte del reparto y los escenarios (práctica bastante habitual). Se trata de una mezcla de drama histórico y película de terror libremente inspirada por la vida del personaje principal, en la que lo único destacable es la actuación de un Lee que da vida al misterioso monje de magnética personalidad.

Christopher Lee encabeza el reparto de Dracula Has Risen from the Grave (1968; Drácula Vuelve de la Tumba), en la que se enfrenta a un resuelto sacerdote, contra el que busca venganza. La película hace especial hincapié en el aspecto sexual de la seducción del Conde hacía su víctima. A ello ayuda que la chica Hammer de esta película sea Veronica Carlson (que también aparece en un par de películas de Frankenstein), probablemente la más atractiva de todas las víctimas que se habían puesto hasta ahora al alcance de Drácula. Freddie Francis (también conocido por su labor como director de fotografía) emplea una iluminación que hace que muchas escenas tengan un aspecto irreal y estilizado, siendo este aspecto de la película quizá lo más destacable (pues el guión no es especialmente original, a pesar de emplear aspectos “polémicos” como el erotismo y la corrupción de un hombre de la Iglesia).

En Taste the Blood of Dracula (1970; El Poder de la Sangre de Drácula), el Conde interpretado por Christopher Lee es resucitado por un grupo de caballeros que buscan emociones fuertes debajo de una fachada de respetabilidad. Drácula de nuevo emplea la venganza como justificación para sus actos (aunque sea poco creíble: el motivo expuesto para vengarse de quienes le han devuelto a la no–vida es bastante endeble). Quizá lo más llamativo sean las escenas que muestran la decadencia de las víctimas de Drácula, así como el uso que hace de la progenie de estas para vengarse (en su particular visión del “ojo por ojo, colmillo por colmillo”), y el tono incestuoso de algunas escenas. Por lo demás, se trata de una película bastante rutinaria, pero aún mantiene el tipo.

Igualmente poco estimulante es Scars of Dracula (1970; Las Cicatrices de Drácula), en la que ya ni siquiera se hace un esfuerzo por justificar la enésima resurrección del Conde, e incluso puede considerarse que no continúa con el hilo narrativo de las anteriores películas. La historia vuelve a buscar algo de inspiración en la novela de Bram Stoker para algunas escenas, pero en general da la sensación de que se está volviendo a contar otra vez la misma historia sin grandes innovaciones. Está película, ya que no en la calidad, busca destacar por la cantidad: tiene más escenas sangrientas, más mujeres atractivas como víctimas de Drácula, y Christopher Lee tiene más frases en su guión que en los de todas las películas anteriores juntas (e incluso podría decirse que en ocasiones hasta está un poco sobreactuado).

En Dracula AD 1972 (1972; Drácula 73) Christopher Lee tiene por fin un rival a su altura con el regreso de Peter Cushing para interpretar a Van Helsing. Por curioso que parezca, ambos personajes sólo se habían enfrentado en la película original, aunque realmente en este caso Cushing da vida a un descendiente del Van Helsing original. Como no es raro en la Hammer, esta película establece de nuevo su propia historia, ignorando las películas anteriores para poder trasladar la acción a Londres. En esta ocasión Drácula resucita en el Londres de 1972 y, por desgracia, la ambientación moderna (despreciada por Lee) le da a la película un aspecto desfasado que es su mayor inconveniente. Así, aún en las escenas de ambientación más clásica, la banda sonora con toques funky resulta totalmente inapropiada, aunque en algunos casos no quede mal, como en el psicodélico ritual protagonizado por Caroline Munro (una de las varias chicas Hammer que también ha sido chica Bond, aunque secundaria). La historia (muy similar a Taste the Blood of Dracula) no está mal, aunque las únicas interpretaciones que se salvan sean las de Lee y Cushing. Sin embargo, el lastre de la ambientación setentera (incluida la descarada promoción de un grupo musical del que nunca más se supo) resulta excesivo para el espectador moderno.

The Satanic Rites of Dracula (1973; Los Ritos Satánicos de Drácula) es una secuela de la anterior, en la que un policía que aparecía en aquella pide la ayuda de Van Helsing para esclarecer unos misteriosos rituales en los que hay implicadas importantes personalidades. A pesar de que la historia presenta buenas ideas, con un Drácula que quiere vengarse de la humanidad desatando sobre ella una plaga de proporciones bíblicas, la película las desaprovecha. Drácula y el elemento vampírico tardan bastante en aparecer, y la mayor parte de la película parece una mezcla de cine de espionaje y policiaco, en la que aparecen más silenciadores que crucifijos. Al menos, el problema de la ambientación desfasada no se da en este título: aunque la película está ambientada en los años 70, no es tan obvio y descarado como en Dracula AD 1972. En resumen, se trata de una película irregular, que desaprovecha buenas ideas y que no sabe muy bien en qué género centrarse.

La serie se cierra con The Legend of the 7 Golden Vampires (1974; Kung Fu contra los Siete Vampiros de Oro), aunque esta película perfectamente podría considerarse fuera de la serie principal. Én realidad se trata de una película de artes marciales, coproducida con los estudios Shaw (y con un director asiático y uno británico, aunque sólo este aparece en los créditos). Drácula hace una breve aparición (aunque no es interpretado por Lee), y Cushing retoma su papel de Van Helsing. Por supuesto, no puede buscarse continuidad con el resto de la serie, ni en temática ni en historia, y la película sólo tiene interés por lo extravagante de su propuesta.

No cabe duda de que Drácula es el personaje que más popularidad dio a los estudios Hammer, y casi puede verse en paralelo la evolución y decadencia de esta serie de películas con las del resto de la productora. Buena parte del mérito es del mítico Christopher Lee, que (todo hay que decirlo) parece que acabó un poco cansado de su encasillamiento. Lee supo hacerse con su personaje desde el principio, dándole un sello y unas características propias que pasarían a la cultura popular como inseparables del vampiro transilvano. Tampoco hay que desechar la aportación de Peter Cushing, también convertido en un personaje icónico, a pesar de no aparecer en la serie tanto como su compañero. Y no olvidemos a Terence Fisher, responsable de las mejores películas de la serie (y, en general, de todas las salidas de los estudios Hammer).

La Momia y el Hombre Lobo
A pesar de haber tratado con Drácula y con Frankenstein dos de los monstruos clásicos que la Universal ya había llevado al cine, sería la Momia la primera de estas criaturas en ser adaptada a la pantalla después de que la Hammer llegara a un acuerdo con la productora americana para hacer remakes de sus películas clásicas (Al fin y al cabo, en los casos del Conde y del monstruo de Frankenstein puede hablarse simplemente de nuevas adaptaciones del original liteario).

Así, The Mummy (1959; La Momia) presenta un guión no muy original, con un grupo de arqueólogos que descubren una antigua tumba egipcia, sobre la que pesa una maldición que acabará por alcanzarles. A todos estos estereotipos de lo que debe ser una historia de momias malditas se une la habitual historia de amor prohibido, así como un extenso flashback ambientado en el antiguo Egipto que nos muestra el origen de la historia, así como las costumbres funerarias de la época. Como era de esperar, Peter Cushing da vida al arqueólogo que se enfrenta a la maldición y un Christopher Lee envuelto en vendas interpreta a la momia resucitada. Lee no repetiría este papel, probablemente debido a los daños y lesiones que sufrió durante el rodaje. La película, dirigida por Terence Fisher, es correcta aunque no muy original, y con un guión un poco descuidado (véase el desarrollo del personaje femenino).

The Curse of the Mummy’s Tomb (1964; La Maldición de la Momia) no aporta nada de especial interés con su previsible historia de arqueólogos, maldiciones y personajes misteriosos, y tampoco la salvan de su mediocridad unos limitados actores, unos diálogos forzados y unos intentos de humor poco logrados.

Lo mismo puede decirse de la levemente superior The Mummy’s Shroud (1966; El Sudario de la Momia), que al menos intenta introducir algunos elementos originales dentro de los habituales del subgénero de momias y maldiciones egipcias.

Tras estas dos secuelas, la última película dedicada a la Momia sería Blood from the Mummy’s Tomb (1971; Sangre en la Tumba de la Momia), una adaptación en la época contemporánea de la novela de Bram Stoker La Joya de las Siete Estrellas. El planteamiento de la película es algo más original: la momia deja de ser un muerto tambaleante envuelto en vendas para ser un espíritu astral en busca de un cuerpo para reencarnarse (y se trata del exuberante cuerpo de Valerie Leon). Por momentos, la película tiene tonos de terror psicológico más que de película de monstruos, pero el resultado general es decepcionante. A esto no ayudan unas interpretaciones bastante flojas: aunque el personaje de Valerie Leon tiene más profundidad, Lee era capaz de ser mucho más expresivo aunque sólo fuera con sus ojos entrevistos a través de las vendas.

Varios elementos temáticos de las historias de momias (inmortalidad, reencarnación, exotismo) aparecen también en She (1965; La Diosa de Fuego). Se trata de una película de aventuras basada en la novela del mismo nombre de Rider Haggard, en la que a los habituales Lee y Cushing se une el protagonismo de Ursula Andress. Por desgracia, su belleza es lo más destacable de una película bastante floja.

Curiosamente, la Hammer sólo produjo una película dedicada al fenómeno de la licantropía (¿quizá por las complejidades del maquillaje?). Se trata de The Curse of the Werewolf (1961; La Maldición del Hombre Lobo), dirigida por Terence Fisher y protagonizada por Oliver Reed. La película cuenta la historia de Leon, víctima de una maldición que le convierte en un monstruo. La primera parte de la historia cuenta los orígenes del hombre lobo, desde su nacimiento a su infancia, y tiene un tono más fantástico, como de antigua leyenda. La segunda parte nos muestra las habituales trágicas consecuencias de la maldición que aqueja a Leon. Ciertamente, la trama no ofrece grandes novedades respecto al mito del hombre lobo (más allá de las circunstancias de su nacimiento que le llevan a estar maldito), pero es un interesante punto de vista de una historia clásica.

Otra incursión en los monstruos clásicos sería la floja The Phantom of the Opera (1962; El Fantasma de la Ópera). Aunque en ocasiones refleja el buen hacer de Fisher a la hora de crear atmósferas, la película se ve lastrada por unos intérpretes y un guión bastante poco afortunados, y la historia acaba siendo más un melodrama alrededor de la pareja protagonista que una película de terror.

La Trilogía de la Familia Karnstein
A finales de los años 60 y principios de los 70, la Hammer tiene que modificar algunas de las constantes de sus películas para competir con un cine que cada vez ofrece más en cuestión de violencia y sexo. El cine británico (y, por extensión, el europeo) es más permisivo con el erotismo que el estadounidense, y ahí es donde la productora encuentra el medio para hacerse con su rincón en el mercado. También es importante considerar que en esta época se produce un cierto agotamiento de la fórmula que ha estado empleando la Hammer en los últimos años, y que no hay mucho más que pueda hacerse con personajes como Drácula y Frankenstein (cuyas películas también se ven influidas por esta tendencia).

Quizá el principal exponente de esta nueva etapa sean las tres películas que se han dado en llamar la Trilogía Karnstein. Se trata de tres películas que en realidad sólo tienen en común el punto de partida, basado en la novela Carmilla, de Sheridan Le Fanu. Las películas explotan el elemento lésbico de la trama, de una forma sorprendentemente explícita para la época, y la presencia de desnudos (más o menos justificados) es bastante abundante.

La primera de estas películas es The Vampire Lovers (1970; Las Amantes del Vampiro), protagonizada por la actriz polaca Ingrid Pitt en el papel de la vampira protagonista. El guión se basa en la mencionada obra de Le Fanu, y probablemente por ello es la que da mayor protagonismo al lesbianismo de la protagonista (presente en el texto original). La película tiene 3 actos bastante bien diferenciados: la presentación de los protagonistas, la seducción de la segunda víctima (repitiendo y ampliando esquemas del primer acto), y el inevitable desenlace. Se trata de una película bastante interesante, como adaptación del clásico, a pesar de múltiples elementos previsibles. Además cuenta con un prólogo atmosférico bastante logrado y con la siempre interesante presencia de Peter Cushing.

La más floja de la trilogía es Lust for a Vampire (1971). El cambio de la actriz protagonista (ahora la actriz danesa Yutte Stensgaard), así como de otros actores que dan vida a su “familia” (se supone que repitiendo papeles de la película anterior: el misterioso hombre de negro y la condesa) resulta un elemento a priori negativo. El cambio de rostro de Carmilla podría haber dado juego a la hora de crear intriga en el espectador, pero esto no se aprovecha en absoluto. El guión (presentado ya sólo como basado en los personajes de Le Fanu) introduce a la resucitada Carmilla en un colegio femenino, lo que resulta la excusa perfecta para mostrar abundantes desnudos totalmente gratuitos, aunque luego la vampira acabe enamorándose de un hombre. En general, el reparto es inferior al de la primera película y la película resulta bastante peor, a lo que contribuyen una inadecuada canción en algunas escenas y ciertas secuencias oníricas que oscilan entre lo interesante y lo ridículo.

La última entrega es Twins of Evil (1971; Drácula y las Mellizas), y cuenta una historia relacionada de forma muy leve con las dos anteriores. Así, aunque reaparece Carmilla (otra vez con un nuevo rostro), su papel es mínimo, y el verdadero villano es un descendiente suyo, el Conde Karnstein. A él se opone un fanático cazador de brujas al que da vida Peter Cushing, y que casi resulta tan inhumano como su rival. Precisamente la ambigüedad moral de los personajes es la mayor fuente de interés de esta película. Las gemelas del título son las hermanas Mary y Madeleine Collinson, dos antiguas playmates cuyas voces fueron dobladas: es obvio que no fueron escogidas para el papel por sus cualidades interpretativas. A pesar de ello, quizá sea la película de la trilogía con menor número de desnudos. Por el contrario, es mucho mayor el número de efectos visuales. En su conjunto, resulta una película cuanto menos interesante, rivalizando con la primera de la serie.

Otros títulos relacionados de manera indirecta con esta trilogía (por sus intérpretes o por referencias sutiles) serían Captain Kronos – Vampire Hunter (1974; Capitán Kronos, cazador de vampiros), historia de un cazador de vampiros pensada como inicio de una serie de películas (y cancelada por su poco éxito), y Countess Dracula (1971; La Condesa Drácula), basada en la historia de la Condesa Bathory.

X-Files: Creer es la Clave

Si hay una serie que hizo historia de la televisión en los años 90 esa es sin duda Expediente X. A lo largo de 9 temporadas, las investigaciones de los agentes del FBI Fox Mulder y Dana Scully dieron un nuevo giro a la típica serie policiaca, añadiendo el toque sobrenatural y, sobre todo, la temática conspiratoria a la trama. En 1998, como puente entre la quinta y sexta temporadas, Rob Bowman dirigió la película que llevaba a la gran pantalla el universo creado por Chris Carter, con discretos resultados. La película no pasaba de ser un episodio largo, y era casi imposible seguir su trama si no se conocía la serie, lo que complicó su éxito masivo entre el público.

Ahora, llega a nuestras pantallas X – Files: Creer es la Clave, la segunda película protagonizada por los agentes Mulder y Scully, esta vez dirigida por el propio Chris Carter. Por desgracia, la película llega tarde y a destiempo, con escasa promoción, casi como si se estrenara de tapadillo, como si sus responsables no confiaran demasiado en ella. Y, vista la película, se entiende que sea así: todo tiene un aire rutinario, como de episodio de relleno escrito para llegar al número necesario para la temporada. Hasta las flojas dos últimas temporadas tenían episodios mucho mejores.

Como bien conocen los aficionados, en Expediente X había dos tipos de episodios: los de la mitología, que trataban de los alienígenas y las conspiraciones gubernamentales al respecto, y los del monstruo de la semana, en los que la pareja del FBI investigaba algún caso no relacionado con dicha trama principal. De hecho, la mayoría de los episodios eran de este tipo (y varios de ellos estarán entre los mejores de la serie), aunque las temporadas se abrían y cerraban con capítulos mitológicos, ya que esta subtrama es la que le daba a la serie su carácter propio.

Chris Carter, cuando empezó a hablarse de este nuevo proyecto, advirtió que no se trataría de una película relacionada con la mitología, sino un caso independiente (un monstruo de la semana). Visto el final de la serie, en la novena temporada, no tiene mucho sentido poner a Mulder y Scully perdiendo el tiempo en investigar un caso cualquiera. Hubiera sido mucho más coherente dar un verdadero cierre a la trama mitológica con esta película, en vez de narrar la investigación de un expediente X del montón. Por supuesto, parece ser que Carter ha comentado que si se hace una tercera película, ya será para tratar el final de la mitología.

Evidentemente, se ha querido evitar el error de la película anterior para no cerrarse puertas ante el gran público. Aún así, es discutible que esto se consiga: un espectador que solo tenga un conocimiento superficial de la serie probablemente no entienda que Mulder y Scully no estén en el FBI, ni la situación actual de su relación o las menciones a William. En resumen, que ese “espectador tipo” se va a encontrar con unos Mulder y Scully que no va a reconocer, y la película tampoco hace mucho por aclarar estas dudas.

David Duchovny y Gillian Anderson están, como no podría ser de otra forma, correctos en los papeles de unos personajes que desarrollaron a lo largo de una década. Anderson consigue transmitir mejor las emociones que su inexpresivo compañero, pero no puede reprochárseles nada a ninguno de los dos: hacen lo que pueden con el material que les proporciona el guión. En cuanto a los secundarios, sus personajes no aportan nada en absoluto y se echa de menos que se haya recuperado a algunos secundarios de la serie (y se agradece cuando por fin aparece uno de los “clásicos” de la serie). Técnicamente, la película se muestra correcta, aunque no deja de tener un aspecto televisivo que parece que le reste entidad. También es verdad que Expediente X fue una de las primeras series en adoptar un look más cinematográfico, así que es posible que por eso el resultado parezca estar a mitad de camino entre el cine y la TV.

La historia en sí no va a sorprender al espectador, resultando bastante típica en su búsqueda de víctimas de un psicópata. El elemento “X” lo aportan las visiones de un sacerdote católico que tiene un (previsible) oscuro pasado. Por otra parte, hay resoluciones bastante increibles (como que Scully prepare un innovador tratamiento médico con la ayuda de Google), recursos narrativos flojos (¿hace falta sacar a Mulder con barba para indicar que ha pasado el tiempo y que vive aislado?), y partes no muy bien explicadas. El humor en ocasiones también peca de predecible: a estas alturas, reirse de George Bush no resulta precisamente transgresor. Y en cuanto al MacGuffin que hay tras los secuestros, es tan extremo que casi resulta ridículo. Por si fuera poco, hay ocasiones en que el ritmo es bastante lento, dando la sensación de que estamos viendo un episodio alargado de forma artificial (ni siquiera un episodio doble de los que eran habituales en la serie).

También hay que comentar un par de cosas sobre la versión española. La primera es que se ha cambiado la voz habitual de doblaje de la agente Scully, poniéndole una voz con un timbre demasiado juvenil (es la voz habitual de Neve Campbell, la protagonista de Scream), que no le hubiera pegado a la actriz ni en la primera temporada de la serie. Tampoco se entiende muy bien (aunque esta ya sea una batalla perdida) el cambio en la traducción del título: del I Want To Believe del título original se ha pasado a un incomprensible Creer es la Clave. Y lo peor es que esa frase se dice en un momento de la película, en la que Mulder dice algo como que “quiere creer” (remitiendo al famoso poster de su despacho), y en el doblaje dice que “creer es la clave”, con lo que el diálogo ni siquiera queda coherente.

La vuelta al cine de Expediente X sólo puede calificarse como decepcionante. Se trata de un thriller del montón, en el que casualmente aparecen unos agentes llamados Mulder y Scully, y que si no fuera por eso puede que se hubiera quedado en el mercado doméstico o no hubiera cruzado el Atlántico. La principal razón es la elección de una trama aislada de la mitología de la serie, que es lo que al fin y al cabo le daba sus señas de identidad. A los que no sean seguidores de la serie, la película les dejará bastante indiferentes (y no les animará precisamente a ver la serie original). Para los seguidores de la serie el impacto aún es mayor: sí, David Duchovny y Gillian Anderson salen en pantalla, pero lo que se está viendo no es un Expediente X.

Pictos, Atlantes y Puritanos

Solomon Kane

...Nunca buscaba analizar sus motivos y nunca dudaba una vez su mente estaba determinada. Aunque siempre actuaba por impulsos, creía firmemente que todas sus acciones estaban gobernadas por razonamientos fríos y lógicos. Era un hombre nacido fuera de su tiempo: una extraña mezcla de Puritano y Caballero, con un toque de filósofo antiguo, y más que un toque de pagano, aunque esta última afirmación le habría dejado sin habla. Era un atavismo de los días de la caballerosidad a ciegas, un caballero andante con los sombríos ropajes de un fanático. Un ansia en su alma le guiaba constantemente, un impulso de enderezar todos los entuertos, proteger a todas las causas más débiles, vengar todos los crímenes contra lo correcto y la justicia. Obstinado e incansable como el viento, era consistente en un único aspecto: era fiel a sus ideales de justicia y rectitud. Así era Solomon Kane...

El primero de los grandes personajes creados por Howard es este fanático espadachín, que impulsado por su rectitud de Puritano y sus convicciones religiosas, así como por un simple deseo de aventuras menos confesable, se dedica a recorrer Europa y África en busca de manifestaciones del mal a las que derrotar. En la creación del personaje se mezcla el interés de Howard por el relato histórico (en este caso la época isabelina) y el folletín de aventuras, junto con elementos propios del cuento de terror. Esta mezcla empieza a dar forma a lo que sería el nacimiento de la "espada y brujería" como subgénero propio, cuyo origen normalmente se adjudica al personaje de Kull, pero que tiene en Solomon Kane a un predecesor claro.

Aunque varias de las historias de Kane están ambientadas en el Viejo Continente, la mayor parte sitúan al vengador inglés en lo más profundo de África. Como es de esperar, el retrato del continente y sus habitantes está totalmente estereotipado y poco detallado, siendo más bien un exótico telón de fondo en el que ambientar las aventuras de Solomon Kane.

Red Shadows (agosto 1928)
Solomon Kane
El primer relato protagonizado por Kane ya establece varias de las constantes que serán comunes a lo largo de su carrera, desde su extraña atracción por las misteriosas tierras africanas hasta su exagerada caballerosidad. Incluso aparece por primera vez el brujo N’Longa, aliado sobrenatural habitual en las historias del puritano. El relato en sí se ve lastrado por un final un poco alargado y por una elipsis temporal algo excesiva en su inicio, pero aún así es de los imprescindibles.

Skulls in the Stars (enero 1929)
Los relatos de ambientación europea como este suelen centrarse más en la parte terrorífica que en la acción, aunque Kane sigue justificando su ansia de aventura como deber con el prójimo. Este relato nos demuestra la fuerza de voluntad de Kane, así como su sentido de la justicia (no necesariamente relacionada con la ley).

The Right Hand of Doom (1968)
Esta es una breve historia de terror de desarrollo más o menos típico y previsible, en la que Kane es poco más que un espectador. Aún así, tiene momentos escalofriantes que la hacen bastante interesante.

Rattle of Bones (junio 1929)
Este relato es bastante similar al anterior, por su brevedad y por su planteamiento, aunque Solomon Kane tiene un protagonismo mucho mayor. Además, al ser un poco más original, y de trama más compleja, el resultado es más satisfactorio.

The Moon of Skulls (junio – julio 1930)
En este relato Kane regresa a África, y se encuentra con una de esas ciudades perdidas que son habituales en este tipo de aventuras. Howard aprovecha para contarnos una de sus historias sobre la decadencia de una antigua civilización, así como para desarrollar el carácter de Solomon Kane, en un relato cuya trama (no muy original) resulta lo más flojo.

The Blue Flame of Vengeance (1968)
Blades of the Brotherhood
Esta es la única de las historias de Kane en la que no aparece ningún elemento de tipo sobrenatural. Se trata de una historia de piratas con toques de novela gótica (en la relación de la pareja protagonista) en la que Solomon Kane tiene una posición casi secundaria en su papel de caballero andante.

The Hills of the Dead (agosto 1930)
Los elementos más terroríficos y los más épicos se encuentran en este excelente relato que lleva de nuevo a Kane a África y a reunirse con N’Longa. Como curiosidad, es en este relato en el que el brujo le regala a Solomon Kane el "bastón vudú" que le acompañará en sus siguientes aventuras. Y así nos encontramos con otra de las contradicciones de la psicología de Kane: odia la brujería pero es capaz de emplear un bastón mágico si ello sirve a su fines.

Wings in the Night (julio 1932)
En este relato Kane se establece como protector de una pequeña aldea africana, incapaz de dejarla abandonada a su suerte a manos de unos monstruosos seres. Howard empieza en este relato a establecer paralelismos entre su protagonista y personajes legendarios (en este caso, el Jasón de la mitología griega). También vemos como Kane es capaz de actuar mezclando su astucia con la furia berserk de sus antepasados más bárbaros.

The Footfalls Within (septiembre 1931)
Howard continúa dándole a Kane un "contexto" más amplio y más épico, en este caso a través del bastón que empuña, cuyo antiguo origen se nos revela en este relato. Kane es víctima de unos esclavistas y acaba en un templo perdido que le da a la historia ciertos tonos propios del horror cósmico.

Howard dejó escritos cuatro fragmentos de relatos inacabados protagonizados por Solomon Kane, que en muchas ocasiones han sido completados por otros autores (siguiendo el ejemplo establecido por Sprague de Camp con Conan) para su presentación en diversas antologías.

The Castle of the Devil y Death’s Black Riders son fragmentos muy breves, poco más que planteamientos iniciales de historias que no llegan a desarrollarse, aunque algunas cosas se acabarán utilizando en otros relatos.

Hawk of Basti está un poco más desarrollado, pero Kane es poco más que un testigo de las andanzas de un aventurero llamado Hawk. Curiosamente, hay partes que parecen haberse reutilizado en algunas de las aventuras de Conan de ambientación "africana".

The Children of Asshur es el fragmento más extenso. La prometedora historia trata del choque de culturas y civilizaciones perdidas, pero el estilo es bastante descuidado (se nota que es todavía poco más que un borrador) y la trama no parece tener un objetivo claro.

Además de los relatos en prosa, Howard escribió tres poemas en los que aparece Solomon Kane. Dos de estos poemas, The One Black Stain y The Return of Sir Richard Grenville, lo relacionan claramente con Sir Francis Drake y sus corsarios. Por su parte, Solomon Kane’s Homecoming es otro poema que nos presenta a un Kane que regresa a su hogar tras años de aventuras, que contempla con nostalgia, y pone broche final a la carrera del Puritano, como no puede ser de otra forma, mostrándolo marchándose de nuevo en busca de aventuras.

De todos los personajes creados por Howard, Solomon Kane probablemente sea uno de los más diferentes. Así, a pesar de compartir habilidad con la espada y fuerza con personajes como Conan o Kull, su físico no es el de una montaña de músculos, sino el de un espadachín enjuto y sombrío. Por otra parte, es un personaje contradictorio en su psicología. Si por un lado está convencido de ser el azote del Mal y prácticamente la mano de Dios en la Tierra, por otro lado le mueven en ocasiones impulsos primitivos y primarios que le relacionan con la barbarie de otros personajes de Howard. Sin embargo, a Howard no le interesa ahondar en estos conflictos psicológicos (ni quizá estuviera capacitado), por lo que se quedan simplemente en elementos que giran alrededor de un personaje ciertamente interesante.


Kull de Atlantis

...vieron que era un hombre de gran estatura. Al principio Cormac pensó que era un Nórdico, pero un segundo vistazo le dijo que en lugar alguno había visto antes un hombre así. Su constitución era muy similar a la de los Vikingos, a la vez gigantesca y flexible: como la de un tigre. Pero sus rasgos no eran como los suyos, y su leonina melena de corte cuadrado era tan negra como la del propio Bran. Bajo unas espesas cejas brillaban unos ojos grises como el acero y fríos como el hielo. Su rostro broncíneo, fuerte e inescrutable, estaba bien afeitado, y la ancha frente revelaba una gran inteligencia, al igual que la firme mandíbula y los delgados labios mostraban fuerza de voluntad y coraje. Pero más que todo eso, su porte, su majestuosidad leonina, le señalaban como un rey natural, un gobernante de hombres. Unas sandalias de curiosa factura calzaban sus pies y vestía una flexible cota de malla extrañamente tejida que le llegaba casi hasta las rodillas. Un ancho cinturón con una gran hebilla dorada rodeaba su cintura, aguantando una larga espada recta en una pesada vaina de cuero. Su cabello estaba confinado por una ancha y pesada banda de oro sobre su cabeza...

Es muy difícil, por no decir imposible, desligar el personaje de Kull de otro personaje creado por Howard que se haría mucho más famoso: Conan. Al fin y al cabo, Conan nació de la reescritura de un relato inédito protagonizado por Kull, con lo que es inevitable encontrar semejanzas entre ambos. Si a eso le unimos que mucha gente sólo ha oído hablar del personaje por su adaptación al comic o (peor aún) al cine, no es de extrañar que sea un personaje marginado frente a la gigantesca sombra del Cimmerio.

Lo cierto es que no puede negarse que ambos personajes tienen muchas similitudes: ambos son reyes de origen bárbaro en reinos civilizados, además de compartir el físico hercúleo y la habilidad en combate de muchos de los héroes de Howard. Pero prácticamente ahí se acaban todas las similitudes. Si Howard nos cuenta en sus relatos los distintas aventuras de Conan, antes y después de hacerse con el trono, Kull siempre es el Rey de Valusia en las historias que protagoniza, y sus pasadas aventuras apenas se mencionan. El mundo de Kull también está menos desarrollado que el de Conan, siendo poco más que unos pocos nombres (aunque eso también permite crear una ambientación más irreal y fantástica), y las aventuras del Rey Atlante raramente le llevan lejos de su palacio. En todo caso, hay que tener en cuenta que Howard nunca pretende estar creando un mundo fantástico, sino especulando sobre el remoto pasado de la Tierra.

Howard sólo logró vender un par de los relatos protagonizados por Kull, sin que el resto fueran conocidos hasta la antología que publicó (con los habituales "retoques") Lin Carter en 1967. Es importante tener esto en cuenta, pues en muchos de los relatos de Kull abundan elementos y situaciones similares, lo que debe entenderse como un “reciclaje” de dichos elementos por parte de un Howard que no contaba con que dichos relatos abandonados acabarían por ver la luz. Así, el conjunto de relatos protagonizados por Kull no puede considerarse como una "saga" coherente (como sí pueden serlo las de Solomon Kane o Conan, que vieron muchos más de sus relatos publicados) y no es sorprendente que a veces las historias parezcan algo repetitivas.

Exile of Atlantis (1967)
En este breve relato con dos partes bastante diferenciadas (tanto que casi parecen escenas distintas destinadas a ser parte de una historia más larga), aparece por primera vez Kull. Es el único relato en el que todavía no es el monarca que protagonizará el resto de sus historias (aunque es un futuro que ya se apunta en el texto), pero muchos de los elementos de su personalidad ya son claramente distinguibles (como su actitud ante las tradiciones). También se habla aquí del origen del personaje, que parece bastante influido por el Tarzán de Edgar Rice Burroughs. Por otra parte, se percibe aquí que este ciclo de historias puede verse casi como una evolución del interés de Howard por los periodos prehistóricos y los relatos que escribió sobre ellos (más fantásticos que posibles).

The Shadow Kingdom (agosto 1929)
Este es uno de los más conocidos (merecidamente) relatos de Howard, y sin duda es el más famoso de los protagonizados por Kull. Aquí ya nos presenta la decadente civilización de Valusia, en la que Kull reina desde hace poco. La historia se divide entre la reflexión sobre las máscaras figuradas que emplea la gente y una trama de conspiración repleta de elementos de amenaza y paranoia (que casi parecen propios de la ciencia ficción de los años 50). Los populares hombres–serpiente aparecen aquí por primera vez (aunque sólo repetirán su presencia en comics y similares, no en otras historias de Kull), así como los personajes de Brule y Ka–Nu, que sí se convertirán en secundarios recurrentes en estos relatos. Una de las características de estas historias es precisamente la existencia de un "reparto" de personajes que rodean al protagonista (algo similar sucede en los relatos en los que Conan es rey). Brule es el fiel compañero de Kull (tanto para la acción como para la reflexión), mientras que Ka–Nu desempeña un papel más propio de consejero experimentado. Ambos son Pictos, más cercanos a los nobles salvajes de las historias de Bran Mak Morn que a los brutales enemigos que aparecen en los relatos de Conan. Finalmente, hay que señalar que a esta historia se la suele considerar como la primera historia escrita en el subgénero de "espada y brujería".

The Mirrors of Tuzun Thune (septiembre 1929)
En esta historia la trama no deja de ser una excusa para que un Kull pasivo y más bien reflexivo se dedique a filosofar y plantearse la naturaleza de la realidad. Esta es otra de las características propias del personaje de Kull y sus historias: las especulaciones del melancólico bárbaro inundan todos los relatos (por si a alguien le seguía pareciendo que el personaje es simplemente un calco de Conan o, más propiamente, un "borrador").

The Cat and the Skull (1967)
Delcardes’ Cat
Este relato reutiliza muchos elementos de un borrador anterior inacabado (más conocido con el título que le dio Carter al completarlo: Riders Beyond the Sunrise). Una conspiración relativamente inocente (y provocada por las estrictas costumbres de Valusia) se complica y se vuelve peligrosa con la intervención del brujo Thulsa Doom, que es mencionado por Howard aquí por primera (y única) vez presentado como archi–rival de Kull.

The Screaming Skull of Silence (1967)
The Skull of Silence
En este relato casi metafórico Kull conoce el miedo al enfrentarse al Silencio. Sin duda, la trama parte de una idea interesante, pero el punto fuerte de Howard no serían precisamente los enfrentamientos psíquicos, sino más bien los físicos, por lo que el resultado no acaba de estar a la altura.

The Striking of the Gong (1967)
Aquí Howard sigue poniendo a su bárbaro protagonista en situaciones que le obligan a dar rienda suelta a sus inquietudes filosóficas (tanto las de Kull como las del propio Howard, que evidentemente reflexiona a través de su personaje). En este caso, la excusa es una mezcla de experiencia cercana a la muerte y viaje astral.

The Altar and the Scorpion (1967)
Realmente esta no es una historia protagonizada por Kull, sino que se trata de un sencillo relato de dioses y jóvenes amantes desvalidos en el que el Rey de Valusia proporciona poco más que el contexto en que está ambientada.

The Curse of the Golden Skull (1967)
Algo similar sucede con este breve relato en el que una maldición lanzada por un brujo que es víctima de Kull llega hasta nuestros días. Parece que a Howard le gusta su creación, pero, al no obtener buenos resultados con los relatos propiamente protagonizados por él, se dedica a explorar otros posibles usos del personaje.

By This Axe I Rule! (1967)
Howard abandona los experimentos y las abstracciones filosóficas para devolver la acción a los relatos de Kull con esta historia que enfrenta una vez más al protagonista con las tradiciones de Valusia. Para sorpresa de los que conozcan sólo la "versión" más popular protagonizada por Conan, en este relato no hay elementos sobrenaturales de ningún tipo. A pesar de ser un relato más "comercial", tampoco logró venderse, aunque en este caso hay que estar agradecido, pues si hubiera sido de otra forma, quizá nunca habría nacido el personaje de Conan.

Swords of the Purple Kingdom (1967)
A diferencia de la anterior, esta nueva historia ofrece pocos elementos novedosos. De nuevo aparecen las conspiraciones y los asesinatos (esta vez en forma de amenaza exterior, procedente del extranjero), y las historias de amor imposibles. Parece que Howard está empezando a darse cuenta de que es un personaje difícil de "vender" y ya no sabe muy bien qué hacer con él, limitándose a mezclar los mismos elementos una y otra vez.

Kings of the Night (noviembre 1930)
A pesar de todo, la última aparición de Kull será cualquier cosa menos poco memorable. Y es que el Rey de Valusia aparece (como "estrella invitada") en este relato en el que comparte protagonismo con Bran Mak Morn. La historia no carece de acción, ni de grandes batallas y conflictos provocados por rivalidades raciales. Kull aparece casi como un deus ex machina, pero de una manera que en ningún caso parece un recurso fácil del autor. El carácter de Kull se mantiene perfectamente reconocible, convencido de que está en un sueño producto de sus habituales reflexiones sobre la naturaleza de la existencia. El relato también sirve para situar a Kull en un contexto más amplio, en lo que sería el conjunto de la obra de Howard, algo que por lo demás sólo podría intuirse a base de cartas o ensayos. Así, Kull se presenta como un habitante de una remota prehistoria de nuestro mundo (lo que, de paso, le convertirá en habitante de una era anterior a la era de Conan cuando Howard empiece a esbozar el mundo del Cimmerio).

Como no es extraño en Howard, de Kull nos han llegado algunas otras apariciones, principalmente en forma de material abandonado. Riders Beyond the Sunrise es un borrador inconcluso, que narra una persecución hasta el fin del mundo por un asunto de honor. Lin Carter lo acabaría en su antología, introduciendo al brujo Thulsa Doom en el relato. The Black City (o Black Abyss) es un fragmento inacabado en el que se abandona la capital de Valusia para visitar una decadente ciudad en la que los guerreros de Brule empiezan a sufrir ataques. Wizard and Warrior es otro fragmento en el que Brule empieza a narrar un encuentro con un mago. Finalmente, el poema The King and the Oak narra el encuentro entre Kull y un roble viviente.

Es inevitable ver al Rey Kull de Valusia, el bárbaro Atlante que se hace con el trono del poderoso reino, como un precursor del personaje más famoso de Howard. Sin embargo, es evidente que se trata de un personaje bastante diferente, mucho más reflexivo, con inclinaciones casi místicas. Por otra parte, y a pesar de también ser un bárbaro por origen, Kull está mucho más cerca de lo que se consideraría un héroe tradicional (Conan tiene bastante más de anti–héroe), caballeroso y asexuado. En cuanto a sus relatos, casi pueden considerarse una rareza dentro de la obra de Howard, por su contenido intelectual y pretensiones filosóficas, lo que ciertamente los convierte en muy interesantes. Ahora bien, esto no impide que varios de ellos (probablemente los mejores) también ofrezcan la acción que habitualmente se espera de una historia de Howard.


Bran Mak Morn y los Pictos

...Su complexión oscura tampoco era el rico tono oliváceo del sur; más bien era la árida oscuridad del norte. El aspecto general del hombre sugería vagamente las nieblas sombrías, la soledad, el frío y los vientos helados de las desnudas tierras del norte. Incluso sus ojos negros eran salvajemente fríos, como negros fuegos ardiendo a través de brazas de hielo. Su estatura sólo era mediana, pero había algo en él que trascendía la mera corpulencia física: cierta feroz vitalidad innata, comparable sólo a la de un lobo o una pantera. En cada línea de su cuerpo flexible y compacto, así como en su áspero pelo liso y labios delgados, esto era evidente; en la pose de halcón de la cabeza sobre el fibroso cuello, en los amplios hombros cuadrados, en el pecho ancho, las caderas esbeltas, los pies estrechos. Construido con la economía salvaje de una pantera, era una imagen de dinámicas potencialidades, encerradas por un férreo autocontrol.
A sus pies se encogía alguien con una complexión similar, pero allí finalizaba el parecido. Este otro era un gigante contrahecho, con miembros retorcidos, cuerpo grueso, una frente baja e inclinada y una expresión de ferocidad simple...


Cualquiera que haya leído un poco la obra de Howard se habrá dado cuenta de la afición del autor por los personajes de origen y aspecto Céltico, sean antepasados míticos como los Cimmerios o los Atlantes, o modernos ciudadanos estadounidenses de origen Irlandés. Lo que quizá resulte más sorprendente (pues incluso el propio Howard no parecía muy capaz de explicarse los motivos) es su interés por el pueblo al que él denominaba Pictos. Con esta denominación Howard se refiere a los primitivos habitantes de las islas británicas, procedentes del Mediterráneo en la época neolítica, y que serían aplastados por las posteriores migraciones de pueblos Celtas. Estos Pictos (con más de lo fantástico que de lo histórico) habrían sido un gran imperio en épocas primitivas, pero Howard prefiere presentárnoslos ya en su época de decadencia, en los últimos días de un pueblo casi extinto.

Howard normalmente escribía por "fases", coincidiendo con aquellos intereses que en cada momento ocuparan su mente. Por ello en su obra pueden distinguirse etapas claramente distinguidas y, por ejemplo, no hubiera sido capaz de ponerse a escribir una historia de Solomon Kane en su etapa de Conan: el interés por ese tipo de relatos ya había pasado. En consecuencia, es interesante comprobar que los Pictos hacen acto de presencia a lo largo de toda la carrera de Howard, desde la segunda historia que consiguió vender hasta los últimos relatos de Conan. Los Pictos, por supuesto, también tienen un papel destacado en todo el ciclo de historias de Kull, en el que se presentan como un pueblo aún poderoso, y uno de sus líderes (Brule) es el principal personaje secundario. Además, también aparecen con mayor o menor relevancia en historias de memoria racial (People of the Dark, Marchers of Valhalla, The Valley of the Worm), en relatos de Cormac mac Art (The Night of the Wolf) o, como ya se ha dicho, de Conan (Beyond the Black River, Wolves Beyond the Border, The Dark Stranger).

En los relatos en los que los Pictos son los verdaderos protagonistas, se trata de un pueblo que se encamina a la desaparición de manera inexorable. Su inevitable decadencia como cultura se refleja en su decadencia física, marcada por un aspecto bestial y casi simiesco. Howard crea para este pueblo un último rey, Bran Mak Morn, empeñado en una lucha desesperada para sacar a su gente del salvajismo a que están abocados, enseñándoles a adaptarse al mundo en que tienen que vivir. Bran es un representante de la raza Picta como esta era en la antigüedad, gracias a que la línea genealógica de los líderes se ha mantenido pura, contrastando su físico con el de sus degenerados súbditos.

The Lost Race (enero 1927)
Esta historia, la segunda que Howard consiguió vender a una revista, ya cuenta con un importante protagonismo de los Pictos. Se trata de un relato sencillo y no demasiado original, en el que un guerrero es hecho prisionero por un misterioso pueblo que vive en cuevas subterráneas: los Pictos, que le cuentan algo de su historia.

Men of the Shadows (1969)
Este otro relato es más o menos de la misma época que el anterior, con el que guarda bastantes similitudes. Aunque la acción está mejor integrada en la historia, el relato está peor concluido y está lastrado por una parte excesivamente larga de exposición acerca del pueblo Picto. Sin embargo, dicho esto, el relato resulta casi imprescindible para entender la concepción de los Pictos que tenía Howard. Además, es el primer relato en el que aparece Bran Mak Morn, al que Howard ya había creado en su mente y llevado al papel en la primera escena de una obra de teatro inacabada, con un concepto muy claro desde el principio de las características del personaje.

The Little People (1970)
Este es un breve y poco interesante relato de horror contemporáneo (de cuyo texto además no nos ha llegado una de sus hojas), en el que unos hermanos se encuentran con la misteriosa "pequeña gente". La influencia de Arthur Machen es evidente y reconocida: uno conversación sobre uno de sus relatos sirve de desencadenante de la historia. Aquí Howard presenta su intención inicial respecto al destino de sus Pictos: extinguirse y desvanecerse en la leyenda convirtiéndose en el origen de los mitos sobre duendes y trasgos que abundan en las islas británicas.

Kings of the Night (noviembre 1930)
Este es uno de los relatos en que Bran, ahora ya como rey de la nación Picta, aparece como protagonista, aunque en este caso la acción corre a cargo de un invitado de excepción: Kull de Valusia. Bran casi aparece más como un conspirador, un líder dispuesto a hacer los sacrificios que sean precisos para salirse con la suya ante la amenaza exterior (los Romanos). El relato casi puede considerarse una rareza, pues finaliza con una victoria (no demasiado agridulce) de Bran y los suyos. El punto fuerte de la historia es la descripción de los distintos pueblos aliados con Bran y de los violentos conflictos que surgen entre ellos, además de la espectacular batalla final. El personaje de Bran Mak Morn y su lucha desesperada contra la extinción ya se encuentra aquí perfectamente presentado.

The Dark Man (diciembre 1931)
En realidad, este es un relato protagonizado por otro personaje de Howard, Turlogh O’Brien, ambientado unos cuantos siglos después de las historias de Bran Mak Morn. Además de ser un excelente relato, cargado de acción y con el toque fatalista habitual de las historias de Turlogh (y, en general, también de las de los Pictos), se nos revela cual es el destino del pueblo Picto, así como de su legendario rey Bran. Así, la presencia de Bran Mak Morn se hace sentir a lo largo de todo el relato, aunque sea de forma sutil.

Children of the Night (abril-mayo 1931)
Este relato puede considerarse como una evolución del concepto que Howard presenta en The Little People, provocado por la correspondencia intercambiada con su amigo H.P. Lovecraft. Además, también es el primer intento de Howard por escribir un relato al estilo de los de su corresponsal de Nueva Inglaterra. Así, el relato se divide en tres bloques bien claros, de los que sólo el central es Howard en estado puro, siendo el inicio y el final más deudores del estilo lovecraftiano. El mencionado cambio en lo que afecta a los Pictos se refiere a su destino como origen de leyendas siniestras. Entre Lovecraft y Howard crean un pueblo de aspecto totalmente inhumano, procedente de la lejana Asia, y que precede a los Pictos como pobladores de las islas británicas, que serán quienes realmente se conviertan en los seres monstruosos de los mitos.

Worms of the Earth (noviembre 1932)
Todos los intereses, planteamientos e influencias de Howard acerca de los Pictos cristalizan en este, uno de sus mejores relatos. De nuevo, el protagonista es el rey Bran Mak Morn, dispuesto a hacer cualquier cosa para derrotar a sus odiados enemigos Romanos. Por desgracia para él, la victoria no le traerá la satisfacción esperada, como es de esperar cuando uno hace un pacto con el Diablo. En el trasfondo de la historia está el conflicto entre los Pictos y los Hijos de la Noche, o Gusanos de la Tierra, poéticos nombres que ocultan un horror ancestral. También puede percibirse la influencia de Lovecraft, sea por el uso de nombres procedentes de los Mitos de Cthulhu o porque se trata (más que de un relato de acción) de una historia de horrores primigenios e insinuados. El relato tampoco escapa a la oscuridad y desesperado pesimismo de las historias de temática Picta. Este es el primer relato de este tipo en el que Bran y los Pictos no son vistos desde el punto de vista de un observador externo, y también sería el último protagonizado por el trágico rey de los Pictos. Probablemente ello se deba a que aquí Howard alcanza una de las cimas de su producción literaria, y cualquier intento de seguir ahondando en esta temática sólo podría dar resultados inferiores.

Como era de esperar, Bran y los Pictos también aparecen en la obra poética de Howard, en los poemas A Song of the Race (Bran escucha una canción sobre el destino de los Pictos), el breve The Drums of Pictdom y el conocido como The Bell of Morni. En cuanto a material inacabado, además de la obra de teatro ya mencionada (y titulada simplemente Bran Mak Morn), han sobrevivido una sinopsis sobre una historia de intriga política y militar entre Bran y los Romanos en las islas, y un fragmento sin título en el que Bran se encuentra con una misteriosa mujer pelirroja. También se han encontrado los dos capítulos iniciales de un ambicioso proyecto de juventud, una novela que parece ser un antecesor de sus relatos de memoria racial, con multitud de personajes, uno de los cuales debía ser Bran (de acuerdo con el propio Howard, aunque este personaje no llega a aparecer en el texto existente).

Las historias de los Pictos y de su rey Bran Mak Morn son historias pesimistas, de desesperación antre la desaparición de todo un pueblo con una historia de siglos y siglos. Bran es un héroe trágico, una figura que intenta luchar contra lo inevitable, sabiendo que sus esfuerzos son inútiles y que están condenados al fracaso ante el avance de los tiempos. Howard es capaz de mezclar este fatalismo con el heroismo habitual de sus protagonistas, dando lugar a una combinación única. De entre los personajes de Howard, pocos están rodeados del aura de oscuridad y condenación que gira alrededor de Bran Mak Morn, el último rey de los Pictos.

Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal

Es muy difícil que una nueva entrega de algo que ya es historia del cine no acabe por defraudarnos: es algo que aprendimos con La Amenaza Fantasma. Dejando aparte la calidad intrínseca de la película, es casi imposible que esté a la altura de algo que llevamos años mitificando. ¿Es esta introducción una preparación para decir que Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal no cumple con lo prometido? No, no es eso: la película se presenta como una película de Indiana Jones, y eso es lo que es. Aunque sí es posible que la película no cumpla con lo esperado, que es una cosa distinta.

Así, la película no engaña a nadie: estamos viendo una película de Indiana Jones, con todo lo que ello conlleva. Y eso incluye el contar una aventura al estilo clásico (bueno, con toques de los años 80), donde los buenos ganan y los malos pierden, sin florituras visuales ni argumentales, y alguna que otra exageración y situaciones imposibles. La única concesión a la modernidad es la inevitable evolución tecnológica que se ve en los efectos especiales. En resumen, que la película sigue la fórmula de otras de la saga (dejando a El Templo Maldito como la única que se sale un poco del molde). Estamos viendo lo mismo que siempre: bien hecho, sí, pero no deja de ser más de lo mismo.

En todo caso, la película tampoco renuncia a adaptar su fórmula al paso del tiempo, con una ambientación propia de unos idealizados años 50 (homenajes incluidos a American Graffiti en el inicio, y al Marlon Brando de Salvaje en la entrada en escena del personaje de Shia LaBeouf). El habitual prólogo (que es el que más relación tiene con el resto de la película de toda la saga) concluye con una espectacular escena con el que Spielberg deja bien a las claras que Indiana Jones está en una nueva era. Por cierto, que dicho prólogo incluye una excesiva escena que seguro será polémica, aunque no es muy distinta de cosas que se han visto en El Templo Maldito...

El argumento, sin entrar en detalles reveladores, se adecúa perfectamente a la nueva era. Los rusos comunistas de la guerra fría no son males sucesores de los nazis en el papel de villanos, aprovechando que tanto Hitler como Stalin tenían una pequeña obsesión con lo sobrenatural. Además, el elemento de paranoia propio de la época está presente en la historia. Probablemente habrá elementos del guión que no gustarán nada a mucha gente, porque suponen un cierto cambio de orientación a lo que hemos visto de Jones hasta ahora, aunque son coherentes como aventura pulp de los años 50. En todo caso, es de agradecer el intento (por leve que acabe resultando) de hacer algo distinto. También son interesantes los guiños a lo que ha sido la actividad del Dr. Jones desde la última vez que lo vimos hasta el 1957 en que está ambientada la película. Tampoco faltan guiños al resto de la saga e, incluso, a la serie televisiva.

El paso del tiempo para nuestro protagonista es uno de los temas básicos de la película, y se ve reflejado en las inevitables bromas sobre la edad de Jones/Ford. También es la película en el que el peso de la acción está más repartido: si en las otras toda ella giraba alrededor de Jones, en esta casi podemos hablar de un trabajo de equipo, con lo que el protagonismo del héroe se diluye (¿pesan los años, Dr.Jones?). Dicho esto, no puede negarse que Harrison Ford está perfecto en el papel, mostrándose afectado por los años cuando es necesario, y olvidándose de las canas que tapa su sombrero cuando empieza la acción.

Si en las otras películas en el reparto no abundaban las caras conocidas, en esta es todo lo contrario: Cate Blanchett, Shia LaBeouf, John Hurt, Jim Broadbent... En general, los secundarios cumplen con lo que se espera de ellos, aunque hay algunos personajes un poco desaprovechados (como el que interpreta John Hurt). La química entre Ford y Shia LaBeouf tampoco llega a los niveles que había entre Ford y Connery, pero es que eso era prácticamente imposible. Si habría que destacar a alguno de los secundarios sería a Cate Blanchett, en su papel de archi-villana, aunque su interpretación nos la estropee un doblaje bastante malo (No se sabe que les pasa a nuestros actores de doblaje, que últimamente no dan una cuando tienen que doblar a un personaje con acento. Casi hubiera sido mejor que el personaje de Cate Blanchett tuviera el típico acento ruso de película antigua de 007...)

La banda sonora de John Williams está a la altura (¿y cuando no?), aunque no es especialmente destacable. Quizá se echa en falta algún tema nuevo que sea realmente memorable, más allá de la repetición del tema principal y del romántico de la primera película. La fotografía de Janusz Kaminski no desentona demasiado con la de las películas anteriores, es decir, que ha abandonado su habitual esteticismo para trabajar al servicio de la saga.

Quizá el principal problema que tiene la película es que va de más a menos. Así, las secuencias finales no consiguen estar a la altura de las divertidas y espectaculares escenas iniciales, y eso no puede impedir que uno salga del cine con peor sensación de la que tendría si hubiera sido al revés. Por ello, la película resulta levemente decepcionante: Harrison Ford demuestra que aún puede interpretar a Indiana Jones y resultar creíble, pero la película no acaba de estar a la altura y no tiene escenas especialmente memorables (como sí sucedía con las otras). Una pena que sea así cuando se supone que la búsqueda del guión ideal ha sido un largo y costoso proceso de años... En general, se parte de un buen material del que podría haber salido una muy buena película, pero por falta de algo intangible ("química" si se quiere) todo se queda en un entretenimiento decente.

Ahora bien, la película no está a la altura si la comparamos con la trilogía original. Probablemente sea la peor de las cuatro películas de Indiana Jones (aunque quizá con el paso del tiempo, la revaloricemos: no sería la primera vez), pero sigue siendo mejor que imitadores como Tomb Raider, La Búsqueda o, incluso, a La Momia (cuya primera película resulta un acercamiento al Indy clásico de lo más logrado). Y es que, a pesar de todo, Indiana Jones sigue siendo Indiana Jones, así que ¿como no disfrutar en el cine cuando se apagan las luces y empieza a sonar la música de Williams y sale la montaña del logo clásico de la Paramount?. Aunque luego, en frío, nos deje peor sabor de boca que las tres anteriores... En resumen, sentimientos encontrados

El Libro de Nobac

El Libro de Nobac, escrito por Federico Fernández Giordano, es el ganador del Premio Minotauro 2008. Se trata de una novela que mezcla diversos géneros: aunque domina el misterio de tipo detectivesco, el texto presenta pinceladas fantásticas, de terror e, incluso, de ciencia ficción. Pero en definitiva el elemento fantástico casi puede considerarse secundario, sin llegar a quedarse en un simple MacGuffin por muy poco. Sin que esto sea malo en sí, cabe preguntarse si los responsables del premio tienen miedo de una fantasía más hard (si se me permite tomar prestado el término procedente de la ci-fi, y sin que esto implique la presencia de elfos y dragones), cuando tres de los cinco premios otorgados hasta ahora han sido novelas cuyos elementos fantásticos podrían aparecer sin muchos problemas en según y qué best-sellers de lo que podíamos llamar literatura general (el mainstream de los anglosajones). O quizá sea una cuestión de estrategia comercial, para intentar atraer a un público genérico que rechazaría a priori el género fantástico, pero sería capaz de aceptar ese tipo de elementos si los firma un Dan Brown, un Pérez-Reverte o un Ruiz Zafón. O quizá es que simplemente la novela que más ha gustado al jurado ha tenido esas características y tampoco hay que darle más vueltas al asunto.

Dejando de lado este tipo de reflexiones y pasando al libro ganador este año, lo primero que hay que agradecer (especialmente después de la intrascendencia de la ganadora del año pasado) es que se trata de una novela ambiciosa. Sin embargo, esto no quiere decir que el resultado sea perfecto, ni mucho menos. La trama nos cuenta la historia de Edgar Pym, escritor (fracasado, por supuesto) y de Lisa Lynch, periodista (atractiva, por supuesto). Ambos son contratados por un anciano llamado Valdemar, que posee un inquietante libro, lo que les lleva a investigar su pasado, relacionado con el del (misterioso, por supuesto) profesor Nobac.

Lo estereotipado de los personajes y sus relaciones, incluídos los evidentes homenajes que implican sus nombres, así como la evolución de la trama y ciertas reflexiones que aparecen a lo largo del texto, apuntan hacia un posible juego o reflexión metaliteraria que no acaba de cuajar. Sin embargo, y ese quizá sea uno de los puntos fuertes de la novela, ésta queda lo suficientemente abierta para admitir interpretaciones alternativas. La novela deja los suficientes cabos sueltos (sin que su trama principal quede sin resolver ni excesivamente abierta) para estimular la imaginación del lector.

Si los personajes son lo más flojo del libro, su mayor punto fuerte está en el planteamiento y desarrollo de una trama, que si bien tampoco es que sea un prodigio de originalidad, está bien escrita, sabe atrapar al lector, y consigue mantener el interés hasta sus últimas páginas. Aunque el género dominante es el misterio de tono intelectual, el libro no carece de momentos que provocan la inquietud y una cierta paranoia (¿será por eso que la coprotagonista se apellida Lynch?). De todas formas, es uno de esos casos en que el lector (si es medianamente avispado o ha leído lo suficiente) se empieza a figurar lo que está pasando a media novela, y la hipotética revelación detrás del misterio no lo es tanto cuando llega el último capítulo. Por otra parte, el final parece un poco precipitado y peor estructurado que la creación de la intriga que domina el resto del libro.

Por desgracia, y pasando a un apartado más formal que de contenido, la edición de la novela es francamente mejorable. No hay nada que objetar a la portada (bueno, dejando aparte que no me gustan las portadas que incluyen textos además del título y autor...) ni a lo que es el libro como objeto en sí, pero con respecto al texto, hay mucho que decir. La presencia de erratas es un mal que parece cada vez más asumido y no hay libro que se salve de ellas. Pueden perdonarse (que no aceptarse) errores como ...la cinta del magnetófono se atacó... (pág.168), que hasta resulta gracioso. Más difíciles de admitir son cosas que cualquier corrector ortográfico de un procesador de textos hubiera señalado, como ...no parecía consagtrarse... (pág.16), o ...requería a lgún tipo de distensión... (pág.211).

Sin embargo, hay un tipo de incoherencias y errores que son aún peores y que le dan al texto un aspecto descuidado (y aquí sería más difícil determinar si la culpa es del propio autor o del editor). Hay un par de frases que parecen haber sido corregidas a medias, como ...le pareció bastante descuidada en el inicio iniciales de su recorrido... (pág.17), donde da la sensación de que el autor primero escribió una cosa y luego la cambió, pero se dejó parte de la frase anterior.

Quizá la incoherencia más grave se refiera al año en que está ambientada la novela (aspecto que en principio tampoco tiene la menor relevancia). Si en un momento dado se nos dice ...un día de verano de 1974 - continuó -. De eso hace ya treinta y cinco años... (pág.61), ¿por qué una serie de informes que incluye la novela (y que se suponen escritos durante la acción de la misma) tienen fecha del 99?: las cuentas no salen. Por si fuera poco, y dadas las características de la novela (que tampoco es plan de explicar aquí), esto supone una distracción, pues hace que el lector se plantee si se trata de un error en la novela o es un hecho deliberado dentro de la intriga que presenta la historia.

Además, hacia el final de la historia se percibe un cambio bastante obvio. Si al principio la ambientación era relativamente atemporal, en su conclusión se ve claramente un aumento de los elementos que la atan a la época actual (móviles, portátiles, Internet, Wikipedia...) y que hasta ese momento no habían tenido protagonismo o presencia. En general, estos errores e incoherencias dan la sensación de que estamos leyendo el borrador de una novela escrita hace 10 años, con una conclusión escrita en la actualidad y una revisión no muy cuidadosa. No se trata de afirmar que sea así: obviamente ni lo sé, ni realmente tendría importancia si fuera ese el caso (en lo que se refiere al proceso de creación de la novela; el descuido en la revisión no sería admisible nunca), pero esa es la impresión que da en ocasiones el texto. Si un lector casual, sin hacer una lectura con lupa (a pesar de lo que pueda parecer), encuentra todas estas cosas, ¿qué no podría haber hecho un editor profesional dedicando el tiempo necesario al libro?

Puede argumentarse que estas cosas no afectan a la calidad del texto en sí, lo que sería discutible (de acuerdo respecto a las erratas, no tanto en lo que se refiere al aspecto descuidado). Ciertamente en este libro no son tantas como para hacer incómoda la lectura (aunque cuando ya en las páginas 16 y 17 te encuentras dos seguidas, uno empieza a preocuparse). En cualquier caso, cualquier incidencia de este estilo que distrae de lo que es la lectura propiamente dicho es algo que debería evitarse. Si me encuentro una página impresa al revés también puedo seguir la lectura dando la vuelta al libro y tampoco es culpa de la novela en sí, pero será igualmente criticable. La diferencia es que en ese caso a lo mejor puedo conseguir que me cambien el libro en la tienda por estar defectuoso: con una errata nunca lo he intentado pero no creo que me lo aceptaran. Eso sí, a lo mejor las editoriales empezaban a preocuparse un poco más por el producto que venden.

En conclusión, El Libro de Nobac es una buena novela, que nos cuenta una historia interesante. Si sirve de alguna indicación o referencia, estaría en el punto medio de lo que han sido hasta ahora los premios Minotauro (en una escala donde lo mejor sería Señores del Olimpo y lo peor Los Sicarios del Cielo). Sin embargo, la calidad del libro se ve necesariamente reducida por los defectos que salpican el texto (no todos achacables a los duendes de imprenta) y que dejan con la sensación de haber leído algo a cuya revisión no se ha dedicado el suficiente esfuerzo. Y eso es lamentable en lo que debería ser uno de los lanzamientos estrella de la temporada para su editorial. Igual que no se admitiría como buena una edición en CD del Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band (o del Nevermind si se prefiere), por muy disco imprescindible que sea, que sonara a hueco o con chasquidos, o con las canciones desordenadas, hay que quitar un punto o dos a la nota final del libro por esos motivos. Y es realmente triste tener que dedicar casi más espacio a comentar esas cosas sobre el libro que a la novela como tal.

Nota: Bien (podría llegar al Notable Bajo con un mejor trabajo de revisión y edición)

Indiana Jones: la Trilogía Original

En 1981, Steven Spielberg venía de fracasar con 1941, una comedia desmadrada bastante inferior (tanto en calidad como en resultados de taquilla) a sus dos anteriores trabajos (Tiburón y Encuentros en la Tercera Fase). Por su parte, George Lucas acababa de producir El Imperio Contraataca, probablemente la mejor película de su archiconocida trilogía galáctica. Lucas había estado pensando en Indiana Jones desde los años 70, rememorando los seriales de aventuras por entregas realizados en los años 30 y 40 (que él había visto en TV), y al parecer ya le había hablado de ello a Spielberg en 1977. A estos dos nombres básicos para esta trilogía se uniría finalmente el tercero: su actor protagonista, un Harrison Ford conocido sobre todo por su papel de Han Solo. A pesar de que Lucas no acababa de estar convencido (pues Ford ya había trabajado con él en sus otras películas, mismo motivo por el que estuvo a punto de no ser Han Solo), era la primera elección de Spielberg, y acabó por imponerse a nombres como los de Tom Selleck o Nick Nolte.

Con la combinación de estos tres nombres se sentaban las bases de lo que acabaría siendo una de las mejores series de películas de aventuras de todos los tiempos. George Lucas aportaba su capacidad de imaginar historias y mundos, reinventando y combinando elementos procedentes de muchas fuentes. Por suerte, Lucas (mejor productor que director) se apoyaba en uno de los directores con más talento de nuestro tiempo, Steven Spielberg. Finalmente, Harrison Ford aportaba su carisma como protagonista. Dicho esto, tampoco habría que olvidarse de John Williams, compositor de una banda sonora (en las tres películas) que acaba de redondear el conjunto, además de crear una serie de temas memorables. Ni del trabajo en el guión de la primera parte de Lawrence Kasdan (guionista también de El Imperio Contraataca), o de la labor en la sala de edición de Michael Kahn, quien se convertiría en montador habitual de las películas de Spielberg.

En Busca del Arca Perdida (1981)

La película empieza con la que acabará convirtiéndose en una de las constantes de la serie: un prólogo sin relación alguna (al menos directa) con el resto de la película. Esto puede verse tanto como una herencia de los seriales en que se basa la creación del personaje y su mundo (en los que es habitual el uso de un cliffhanger, dejando la acción inconclusa al final del episodio para finalizarla al inicio del siguiente), como del inicio de las películas de James Bond (que era lo que se planteaba hacer Spielberg cuando Lucas le dijo que tenía una idea mejor…). En todo caso, esta introducción no es un simple relleno y le sirve a Spielberg para presentarnos al personaje, así como para mostrarnos la primera de las escenas inolvidables de la película: la del robo del ídolo y la huída de la esfera de roca gigante. Además, de una forma u otra, estas escenas tendrán una leve relación con el resto de la trama.

Tras ello, la acción pasa a un ambiente universitario, en la que descubrimos al aventurero de la introducción convertido en un profesor de arqueología, gafas incluidas, en un cambio de aspecto tan radical (o más) que el que se da entre Superman y Clark Kent. Aquí es donde se nos presenta la trama principal, centrada en la búsqueda del Arca de la Alianza, que es “encargada” por el gobierno de los Estados Unidos para que no se hagan con ellas los que son los principales villanos de la saga: los nazis.

La trama nos lleva a diversos lugares exóticos, y conocemos a la chica de la película. Se trata de Marion Ravenwood, hija de un profesor de Jones con la que nuestro protagonista tuvo una relación con aspectos turbios y final doloroso. Marion está alejada del prototipo de chica en apuros (aunque eso no le impide meterse en abundantes líos de los que debe ser rescatada por Indiana), y a lo largo de toda la película da muestras de su iniciativa (y de la resistencia de su hígado). Su intérprete, Karen Allen, encabeza el reparto de coprotagonistas y secundarios, actores poco conocidos pero eficaces, que dan vida a un excelente conjunto tanto de aliados (Marcus Brody, Sallah) como de enemigos (Belloq, la némesis de Jones, o los siniestros nazis encabezados por Toht).

El resto de la película está repleto de escenas inolvidables: el breve enfrentamiento entre Indy y un espadachín en El Cairo (planeado inicialmente como un duelo mucho más largo, pero reducido a lo que se ve en pantalla a causa de los problemas estomacales que afectaban a Ford y a buena parte del equipo), el templo lleno de serpientes (que nuestro héroe odia con todas sus fuerzas), la brutal pelea alrededor del aeroplano nazi, la espectacular persecución en el camión para hacerse con el Arca… Todo ello concluye en un terrorífico y espectacular final apoyado por unos excelentes efectos especiales, realizados (como no) por la Industrial Light and Magic.

Curiosamente, para ser una película “ligera” de aventuras, y obra de un Spielberg al que se suele acusar (no siempre justamente) de forzar los finales felices, esta película concluye con un tono claramente agridulce. Aunque Indiana derrota a los malos y se queda con la chica, la conclusión muestra que el gobierno se ha aprovechado de él y el Arca se esconde en un almacén (que parece adelantarse a lugares similares que veremos en Expediente X) en vez de mostrarse en un museo.

La película fue un éxito tanto entre la crítica como entre el público. Además de ser el título más taquillero de 1981 fue nominada a ocho Oscars (incluido el de Mejor Película), de los que ganaría cuatro, además de un quinto Oscar especial al Montaje de Efectos de Sonido. La clave de su éxito probablemente esté en la recuperación de un estilo de cine de acción y aventuras considerado anticuado en su época, dándole un nuevo barniz de modernidad gracias a los avances tecnológicos y a un guión preciso y lleno de un irónico sentido del humor, encabezados por un personaje y un actor protagonista rebosantes de carisma.

Indiana Jones y El Templo Maldito (1984)

El éxito de la primera película hace se plantee de forma casi inevitable la realización de esta secuela o continuación, aunque curiosamente está ambientada en 1935, un año antes que la película anterior. Entre ambas, Spielberg dirige una de sus películas más conocidas, E.T. (1982), mientras que Lucas concluye su (primera) trilogía galáctica con El Retorno del Jedi (1983). Por su parte, Ford venía de un complejo rodaje en lo que se convertiría en un clásico de culto, Blade Runner (1982).

De nuevo, tenemos una escena inicial ajena al resto de la película, en la que Spielberg homenajea a un par de géneros en los que no había trabajado. Así, los créditos iniciales se ven mezclados con un número musical en el club Obi Wan (uno de los guiños a Star Wars que también abundan en la trilogía) propio de los clásicos de Fred Astaire y Ginger Rogers, y la acción inicial nos presenta a un Harrison Ford que podría perfectamente estar interpretando a James Bond.

Esta vez la trama está más localizada que en la primera parte, sin tanto viaje y cambio de escenario, limitándose a ser una aventura menos “trascendente” situada en la India, alejada de la importancia a nivel arqueológico y estratégico que suponía la búsqueda del Arca de la Alianza. El guión también nos presenta a un Jones que oscila entre sus deseos de buscar fama y fortuna y el comportarse como un héroe (en este caso, salvando a unos niños secuestrados).

Por un lado, esta película tiene un tono más ligero, propiciado por los secundarios que acompañan a Indy. Para empezar, al Doctor Jones le ha “crecido” un compañero infantil, un niño asiático que se hace llamar Tapón, sin duda un elemento creado para que el público más joven empatice con él. Por ello, la película cae en alguno de los defectos que suelen tener las películas con niño, aunque también le sirve a Spielberg para insinuar uno de los temas habituales de su cine, el de las relaciones paterno – filiales. Por otra parte, la chica de la película está muy alejada del papel fuerte que tenía Marion: la cantante Willie Scott responde al prototipo de rubia tonta y superficial. En consecuencia, el humor de la película es bastante poco sofisticado, aunque no por ello menos efectivo.

Por otro lado, esta película tiene algunos de los momentos con mayor oscuridad de la saga. Así, vemos a niños torturados y torturando, corazones arrancados del pecho de sacrificios humanos y al propio héroe maltratando a un niño (aunque sea bajo la influencia de un maligno brebaje), algo inconcebible en el cine comercial estadounidense. Por no hablar de las escenas abiertamente pensadas para provocar desagrado en el espectador, como la de los insectos (que continúan con la tradición iniciada con las serpientes en la primera parte) o la de la cena exótica en el palacio hindú. Como curiosidad, esta película (a sugerencia de Spielberg) condujo a la creación de una nueva categoría intermedia (el PG–13) en las calificaciones por edades estadounidenses, entre el “todos los públicos” y el “para mayores”.

La película también es más abiertamente fantástica que la primera parte. Si en En Busca del Arca Perdida el elemento sobrenatural aparecía poco a poco para estallar en el clímax final, aquí está presente desde el tramo central de la película. Por otra parte, la conclusión de la película depende menos de la exhibición de efectos visuales, aunque no por ello carece de tensión o espectacularidad, gracias a escenas como la persecución de las vagonetas o la del puente colgante.

En general, la película destaca entre las otras dos de la trilogía original por su cambio de temas y escenarios. Por ello mismo, mucha gente cree que carece de los elementos clásicos de las películas de Indiana Jones (los nazis, el desierto, las grandes reliquias religiosas), pero también por eso mismo mucha gente la valora por su originalidad. Y es que con esta trilogía no sucede como con otras, como con Star Wars (en la que parece que el consenso es que El Imperio Contraataca es la mejor de todas), y no hay una película que se considere mejor que las otras.

Indiana Jones y La Última Cruzada (1989)

Entre esta película y la anterior pasaría algún tiempo más que entre la primera y la segunda. Mientras tanto, Spielberg hace sus primeros intentos por ser considerado como un director “serio” con El Color Púrpura (1985) y El Imperio del Sol (1987). Intentos, por otra parte, fallidos: tendría que llegar todavía el momento más adelante con La Lista de Schindler. Lucas, por su parte, se dedicaba a la producción con suerte desigual, desde Dentro del Laberinto (1986) o Willow (1988) a Howard el Pato (1986) y las películas de los Ewoks. Mientras tanto, Harrison Ford se ha convertido ya en una de las mayores estrellas de Hollywood, en títulos como Único Testigo (1985) o Armas de Mujer (1988).

En esta tercera parte se ahonda un poco más en el carácter y, en definitiva, en el personaje de Indiana Jones. Esto ya sucede desde la espectacular escena inicial, que juega con el equivoco de hacernos pensar que estamos viendo al Doctor Jones en acción, hasta que descubrimos que en realidad estamos viendo una aventura del joven Indiana. Una estupenda elipsis nos lleva a la conclusión de la historia en el presente de la película, en el año 1938.

El guión de la película casi puede considerarse un calco o remake de la de la primera parte (y este quizá sea su peor defecto). No sólo es que nos encontramos con los mismos enemigos y reaparezcan personajes secundarios, y que de nuevo se busca un importante objeto de la tradición judeo–cristiana, sino que muchos elementos estructurales de la trama parecen adaptados de En Busca del Arca Perdida. Dicho esto, la película en ningún momento se hace aburrida ni sufre a causa de esta repetición.

El principal hallazgo de la película es el del personaje del Doctor Henry Jones, el padre de Indiana, interpretado por un excelente Sean Connery. La química existente entre Ford y Connery hace de su relación un elemento básico de la película, tanto en sus elementos más cómicos como en los más sentimentales. Por no hablar de la otra excelente pareja cómica que forman Connery y Denholm Elliott, que da vida al inolvidable Marcus Brody, el único hombre capaz de perderse en su propio museo. Quizá porque el núcleo de la película está en la relación entre Indiana Jones y su padre, el personaje femenino está más descuidado, aunque la atractiva Doctora Elsa Schneider cumple con su papel de mujer fatal.

Esta película también cuenta con los mejores momentos cómicos de la trilogía, tanto gracias a lo que es comedia puramente física como a gags apoyados en las ingeniosas frases de su guión. El clímax de la película, además del esperado espectáculo, nos presenta la culminación de la evolución de los personajes principales a la que hemos asistido a lo largo de la película. Y es que la búsqueda del Grial no deja de ser un símbolo de la verdadera búsqueda que realizan los dos Doctores Jones.

El mayor triunfo de esta película es que es más que capaz de ignorar los defectos que le impone la repetición respecto a la primera parte, y sabe convertir en una virtud lo que pudiera parecer un recurso facilón (el emparejar al protagonista con un pariente).

El Futuro de Indiana Jones

Cuando se estrenó la tercera parte, Indiana Jones ya se había convertido en uno de los iconos inconfundibles de la cultura popular moderna. Además de las tres películas, Indiana Jones protagonizaría comics, novelas y videojuegos más allá de las típicas adaptaciones fílmicas. George Lucas también produciría una serie de televisión para contarnos Las Aventuras del Joven Indiana Jones, tan ambiciosa como irregular.

Inevitablemente, durante mucho tiempo se estuvo hablando de una cuarta entrega de la serie (y eso antes de la era de Internet). A bote pronto, algunos de los rumores hablaban de una adaptación del exitoso videojuego Indiana Jones and The Fate of Atlantis, aunque esto parecía más deseo de los fans que algo viable. También se mencionaba que en la hipotética cuarta parte aparecería el hermano de Indiana Jones (por aquello de repetir lo que había dado buen resultado en la tercera película), interpretado nada menos que por Kevin Costner (que a principios de los 90 era una estrella emergente). Todo aquello, como bien sabemos, no pasó del estado de rumor.

Mientras tanto, Steven Spielberg se convertía en una de los más respetados y exitosos directores de cine de la actualidad (y, por que no decirlo, de la historia del séptimo arte), con el público y la crítica rendidos a sus pies. George Lucas tenía tiempo de rodar una segunda trilogía de Star Wars, y acumular el dinero suficiente para dedicarse a hacer lo que quiera, sin importante la opinión del público o la crítica. Mientras tanto, Harrison Ford se dedicaba en estos años a protagonizar productos de calidad cada vez inferior, hasta que se reunión con Spielberg y Lucas para volver al personaje que le dio la fama (con permiso de Han Solo)

El tiempo pasó y, cuando ya parecía imposible, casi 20 años después de la última entrega, se va a producir el estreno de la cuarta película de la saga: Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal. El tiempo ha pasado inevitablemente y la película está ambientada en los años 50 (es difícil pensar en un Harrison Ford sesentón interpretando al personaje que era en los años 30), los malos van a ser los rusos (como corresponde a la época de guerra fría), y hasta es posible que Indiana Jones tenga un hijo (no está muy claro cual es el papel que interpreta el joven Shia LaBeouf). Si el resto de los elementos que han convertido a Indiana Jones en un hito del cine de aventuras seguirán intactos, lo podremos ver en nuestras pantallas muy pronto.