Horror Hammer

Introducción

La productora Hammer Film Productions fue sin duda el origen de una nueva forma de mostrar el terror clásico en pantalla desde los años 50 hasta los 70, heredera de la Universal, que hizo lo propio en los años 30 y 40.

A pesar de no contar con grandes presupuestos, las películas de la Hammer solían resultar muy aparentes en pantalla, sabiendo sacar buen partido de los medios con los que se contaban (no era rara la reutilización de escenarios de un título a otro). Además, los repartos solían estar formados por competentes actores británicos, entre los que habría que destacar a los legendarios Christopher Lee y Peter Cushing. Entre los directores, no cabe duda de que el más destacado fue Terence Fisher, responsable en buena parte de los principales títulos de la productora, y de darles su característico estilo.

Sin duda una de las claves del éxito de las películas de la Hammer sería su uso del color. La Hammer sería pionera en mostrar la violencia de forma bastante gráfica, y exponer la sangre en un vívido color rojo. El Conde Drácula no era ya simplemente un aristócrata transilvano vestido en blanco y negro, sino que ahora la roja sangre chorreaba de sus colmillos. Por otra parte, los escenarios ya no son (necesariamente) lugares tenebrosos y llenos de telarañas, sino que hasta el castillo de Drácula es una mansión aparentemente bien iluminada, donde el horror surge casi a la luz del día. Sin duda todo un cambio al estilo de influencias expresionistas de la Universal.

Además de sus películas de horror gótico, la Hammer también es conocida por títulos como la serie de ciencia ficción iniciada con El Experimento del Dr. Quatermass (1955) o películas de fantasía prehistórica como Hace un Millón de Años (1966) o Cuando los Dinosaurios Dominaban la Tierra (1970).

Evidentemente, con la inmensa producción de la Hammer es imposible que todas las películas sean buenas (de hecho, como en todo, la proporción de material de mala calidad es muy superior a la de buenas películas). Aún así, son películas a las que nunca se les puede negar un cierto encanto (por no hablar de un estilo visual propio), como de antigua sesión doble, y que cuentan con fieles seguidores. Y es que la etiqueta de Horror Hammer se ha convertido prácticamente en la definición de un subgénero propio, de culto. Las influencias del estilo creado por la Hammer pueden verse tanto en producciones más o menos contemporáneas (como en el caso de Roger Corman) hasta en autores modernos como Francis Ford Coppola (Dracula de Bram Stoker) o Tim Burton (Sleepy Hollow). Es probable que al espectador moderno (acostumbrado a los excesos de títulos como Saw u Hostel) no le causen verdadero terror o impacto, pero siempre pueden verse, como decía Terence Fisher, como cuentos de hadas para adultos.

El Monstruo de Frankenstein
La película que iniciaría el exitoso ciclo de películas de terror de la productora es The Curse of Frankenstein (1957; La Maldición de Frankenstein), dirigida por Terence Fisher. Se trata de una interesante versión de la historia clásica, centrada más en el Barón Victor Frankenstein (interpretado por Peter Cushing), que en su Criatura (Christopher Lee), y esa será una de las constantes de la serie. Así, el verdadero monstruo es el científico loco, obsesionado por sus siniestros experimentos. Como curiosidad, tanto el maquillaje de la Criatura como el aspecto del laboratorio de Frankenstein son deliberadamente distintos de los popularizados por las películas de la Universal. Otro elemento de interés es la posibilidad de que toda la historia esté en la mente enferma del Barón, pues toda la película viene a ser un flashback narrado por el personaje de Cushing, del que se dan indicios para no considerarlo como un narrador fiable. Por supuesto, esta ambigüedad desaparece con las secuelas de la película.

The Revenge of Frankenstein (1958; La Venganza de Frankenstein) es una secuela directa de la anterior, que empieza donde acababa aquella. En esta película no existe una Criatura como tal, y el personaje monstruoso como tal (independientemente del propio Barón) tiene los rasgos de un ser humano (el actor Michael Wynn), aunque a medida que su mente se va degradando, también lo hace su aspecto. De todas formas, su apariencia está más próxima a un Mr. Hyde, más apoyada por la iluminación y la expresividad del actor, que a un cadaver andante hecho a partir de partes humanas. En consecuencia, el planteamiento se acerca más a elementos psicológicos, en vez de presentar al habitual monstruo desgarbado.

The Evil of Frankenstein (1964) presenta una nueva versión de la historia, difícilmente conciliable con las películas anteriores. La Hammer ya ha llegado a un acuerdo con la Universal, y en esta película tanto la Criatura (interpretada por un luchador neozelandés llamado Kiwi Kingston) como el laboratorio se parecen más a los popularizados por las películas de Boris Karloff, aunque resultan menos logrados (el maquillaje es especialmente flojo). Por otra parte, Fisher no pudo dirigirla a causa de un accidente y se ocupó de ello Freddie Francis. El Barón se ve obligado a regresar a su hogar e intenta devolver la vida a su Criatura. La idea central de la película es interesante (a pesar de relegar a segundo plano la maldad del Barón) y tiene personajes atractivos, pero el principal problema es lo mucho que le cuesta a la trama “entrar en materia”. El flashback en el que Peter Cushing narra la creación original de la criatura es una nueva historia que no tiene nada que ver con la primera película (¿de nuevo se trata de un narrador no fiable?).

En Frankenstein Created Woman (1967; Frankenstein Creó a la Mujer), Terence Fisher vuelve a la dirección para dar la versión Hammer del tema de La Novia de Frankenstein, protagonizada por la playmate Susan Denberg (cuya voz fue doblada debido a su fuerte acento austriaco). El Barón, tras los problemas ocasionados por sus transplantes cerebrales, se pone metafísico y decide experimentar con los transplantes de almas. Así, su criatura esta vez es el alma de un vengativo hombre en el cuerpo de una mujer. La trama en realidad es sencilla, pero Fisher sabe como crear tensión mediante la construcción de la atmósfera. Sólo por eso, y por su originalidad, se convierte en uno de los títulos más interesantes de la serie.

En Frankenstein Must Be Destroyed (1969; El Cerebro de Frankenstein) el Barón, más despiadado que nunca, vuelve a sus experimentos alrededor del transplante de cerebros (centrados en el enloquecido cerebro de un colega), a la vez que chantajea a una joven pareja para que le ayuden. Tras unos prometedores inicio y planteamiento (y unos escenarios por encima de la media habitual), la trama pierde algo de fuelle en su tramo final, una vez la Criatura de turno interpretada por Freddie Jones (no deja de ser un cerebro en un cuerpo ajeno, sin más maquillaje que una cicatriz) empieza a desarrollar sus ansias de venganza, aunque de manera inteligente: este monstruo no es un simple bruto tambaleante. También es cierto que a la película le sobra algo de metraje, lo que se explica porque hay unas cuantas escenas añadidas tardíamente al guión o incluso al final del rodaje (creando además alguna que otra inconsistencia).

The Horror of Frankenstein (1970; El Horror de Frankenstein) está realizada por un equipo totalmente nuevo, y protagonizada por un Barón Frankenstein más joven (Ralph Bates). La Criatura está interpretada por David Prowse (famoso por ser el cuerpo de Darth Vader), con un aspecto no muy amenazador. El guión es una nueva versión de la historia original, con un Barón joven (y mujeriego). Muchas situaciones tienen un toque levemente humorístico, que quitan tensión a la historia, pero tampoco son suficientes para convertirla en una parodia. En resumen, esta especie de remake es uno de los títulos más flojos de la serie (y casi no puede considerarse parte de ella).

Por suerte, en Frankenstein and the Monster from Hell (1974) vuelven los habituales Terence Fisher y Peter Cushing, además de repetir David Prowse debajo de un disfraz de aspecto simiesco. El Barón se oculta ahora en un manicomio, de cuyos internos obtiene los materiales necesarios para sus siniestros experimentos. La trama es la habitual, con toques esta vez de la historia de La Bella y la Bestia. Si en la película anterior se había optado por elevar el nivel de erotismo para atraer al público, en esta en cambio se resaltan los elementos más sangrientos de los experimentos de Frankenstein.

A pesar de tener alguna que otra película destacable, la Hammer no alcanzaría tanta popularidad con Frankenstein como lo haría con Drácula. Puede que una de las razones sea la ausencia de una imagen característica para la Criatura: el aspecto de la creación del Barón es distinto en cada una de las películas. Así, es imposible hacer sombra a la imagen establecida por Boris Karloff (y continuada por Lon Chaney Jr.) en las películas de la Universal. Por otra parte, hay que tener en cuenta que el Frankenstein de la Hammer presenta como verdadero monstruo al Barón Frankenstein, siendo su Criatura no más que una víctima o una herramienta del verdadero villano. Finalmente, no parece haber una verdadera continuidad dentro de la serie: no es raro que un personaje parezca morir en una película para reaparecer (sin explicación alguna) en la siguiente.

El Conde Drácula
Sólo un año después de iniciar el ciclo de películas de Frankenstein, la Hammer se pondría a trabajar en el Vampiro más famoso de todos los tiempos. La serie se inicia con Dracula (1958; Drácula), libre adaptación de la novela de Bram Stoker en la que repite el trío principal responsable del primer Frankenstein (Fisher, Cushing y Lee). Así, aunque se sigue a grandes rasgos el desarrollo del original, se toman ciertas libertades e introducen variaciones (que en muchos casos parecen impuestas por limitaciones del presupuestop y de la breve duración de la película). El protagonista es el doctor Van Helsing interpretado por Cushing, mientras que Christopher Lee (con apenas un par de frases) hace una interpretación muy física y basada en las miradas del Conde Drácula, alejada del acento y teatralidad popularizados por Lugosi. Es interesante remarcar que toda la acción parece situarse en una misma región alemana, restándole cierta grandiosidad a la historia original.

En su continuación, The Brides of Dracula (1960; Las Novias de Drácula), el Conde sólo aparece en el título y mencionado un par de veces (con lo que Christopher Lee tampoco aparece en esta película). El protagonista vuelve a ser Cushing como Van Helsing, que se enfrenta a otro caso de vampirismo, esta vez en Transilvania (aunque los nombres de lugares y personas siguen siendo mayoritariamente germánicos). La dirección de Fisher es correcta y parece contar con más medios (o sacarles mejor partido), y también lo es la historia (a pesar de algunos elementos discutibles), pero el vampiro interpretado por David Peel carece del carisma y la presencia de Lee. Aún así, en conjunto se trata de una buena película, que demuestra que puede tratarse el tema del vampirismo sin necesidad de recurrir a Drácula (aunque se le siga usando como gancho comercial en el título).

Esa idea la lleva aún más allá The Kiss of the Vampire (1963), en la que la única referencia a Drácula sería el superficial parecido físico con Lee que tiene el vampiro que interpreta Noel Willman. Esta historia (ambientada a principios del siglo XX) narra las vicisitudes que sufre una pareja de recién casados al caer en manos de una siniestra familia bávara (que en ocasiones parece una secta), de las que saldrán con la ayuda del experto local en vampiros. Ni Fisher, ni Lee, ni Cushing participan en esta película, que incide en el vampirismo como símbolo de una decadencia que amenaza al “orden establecido”. La película es destacable por su categoría de “rareza” (que también hace que no se la considere habitualmente al hablar de las películas de Drácula en la Hammer) y por un final bastante espectacular (y que fue descartado como conclusión de The Brides of Dracula).

En Dracula: Prince of Darkness (1966; Drácula, Príncipe de las Tinieblas) vuelven Fisher y Lee (pero no Cushing), para hacer que Drácula resurja de sus cenizas (bastante literalmente) en esta continuación de la película de 1958 (presentada como tal en los propios títulos de crédito, que nos muestran imágenes de dicha película a modo de resumen). Se trata de una historia en la que una pareja de matrimonios de viaje se ven atrapados en el castillo del Conde. A pesar de ser una historia original, utiliza elementos de la novela de Stoker que aún no habían sido empleados (como un personaje que recuerda a Renfield). La dirección de Fisher (a pesar de algunos errores de continuidad) crea la tensión poco a poco, sin precipitar el impactante regreso de Drácula. Christopher Lee no estaba satisfecho con las frases que le correspondían en el guión, así que decidió interpretar al Conde sin decir ni una sola palabra durante toda la película. El destino final de Drácula es lo bastante ambiguo como para no complicar demasiado su regreso en futuras continuaciones.

Como curiosidad, hay que comentar que inmediatamente tras esta se rodó Rasputin: The Mad Monk (1966; Rasputín: El Monje Loco), reutilizando parte del reparto y los escenarios (práctica bastante habitual). Se trata de una mezcla de drama histórico y película de terror libremente inspirada por la vida del personaje principal, en la que lo único destacable es la actuación de un Lee que da vida al misterioso monje de magnética personalidad.

Christopher Lee encabeza el reparto de Dracula Has Risen from the Grave (1968; Drácula Vuelve de la Tumba), en la que se enfrenta a un resuelto sacerdote, contra el que busca venganza. La película hace especial hincapié en el aspecto sexual de la seducción del Conde hacía su víctima. A ello ayuda que la chica Hammer de esta película sea Veronica Carlson (que también aparece en un par de películas de Frankenstein), probablemente la más atractiva de todas las víctimas que se habían puesto hasta ahora al alcance de Drácula. Freddie Francis (también conocido por su labor como director de fotografía) emplea una iluminación que hace que muchas escenas tengan un aspecto irreal y estilizado, siendo este aspecto de la película quizá lo más destacable (pues el guión no es especialmente original, a pesar de emplear aspectos “polémicos” como el erotismo y la corrupción de un hombre de la Iglesia).

En Taste the Blood of Dracula (1970; El Poder de la Sangre de Drácula), el Conde interpretado por Christopher Lee es resucitado por un grupo de caballeros que buscan emociones fuertes debajo de una fachada de respetabilidad. Drácula de nuevo emplea la venganza como justificación para sus actos (aunque sea poco creíble: el motivo expuesto para vengarse de quienes le han devuelto a la no–vida es bastante endeble). Quizá lo más llamativo sean las escenas que muestran la decadencia de las víctimas de Drácula, así como el uso que hace de la progenie de estas para vengarse (en su particular visión del “ojo por ojo, colmillo por colmillo”), y el tono incestuoso de algunas escenas. Por lo demás, se trata de una película bastante rutinaria, pero aún mantiene el tipo.

Igualmente poco estimulante es Scars of Dracula (1970; Las Cicatrices de Drácula), en la que ya ni siquiera se hace un esfuerzo por justificar la enésima resurrección del Conde, e incluso puede considerarse que no continúa con el hilo narrativo de las anteriores películas. La historia vuelve a buscar algo de inspiración en la novela de Bram Stoker para algunas escenas, pero en general da la sensación de que se está volviendo a contar otra vez la misma historia sin grandes innovaciones. Está película, ya que no en la calidad, busca destacar por la cantidad: tiene más escenas sangrientas, más mujeres atractivas como víctimas de Drácula, y Christopher Lee tiene más frases en su guión que en los de todas las películas anteriores juntas (e incluso podría decirse que en ocasiones hasta está un poco sobreactuado).

En Dracula AD 1972 (1972; Drácula 73) Christopher Lee tiene por fin un rival a su altura con el regreso de Peter Cushing para interpretar a Van Helsing. Por curioso que parezca, ambos personajes sólo se habían enfrentado en la película original, aunque realmente en este caso Cushing da vida a un descendiente del Van Helsing original. Como no es raro en la Hammer, esta película establece de nuevo su propia historia, ignorando las películas anteriores para poder trasladar la acción a Londres. En esta ocasión Drácula resucita en el Londres de 1972 y, por desgracia, la ambientación moderna (despreciada por Lee) le da a la película un aspecto desfasado que es su mayor inconveniente. Así, aún en las escenas de ambientación más clásica, la banda sonora con toques funky resulta totalmente inapropiada, aunque en algunos casos no quede mal, como en el psicodélico ritual protagonizado por Caroline Munro (una de las varias chicas Hammer que también ha sido chica Bond, aunque secundaria). La historia (muy similar a Taste the Blood of Dracula) no está mal, aunque las únicas interpretaciones que se salvan sean las de Lee y Cushing. Sin embargo, el lastre de la ambientación setentera (incluida la descarada promoción de un grupo musical del que nunca más se supo) resulta excesivo para el espectador moderno.

The Satanic Rites of Dracula (1973; Los Ritos Satánicos de Drácula) es una secuela de la anterior, en la que un policía que aparecía en aquella pide la ayuda de Van Helsing para esclarecer unos misteriosos rituales en los que hay implicadas importantes personalidades. A pesar de que la historia presenta buenas ideas, con un Drácula que quiere vengarse de la humanidad desatando sobre ella una plaga de proporciones bíblicas, la película las desaprovecha. Drácula y el elemento vampírico tardan bastante en aparecer, y la mayor parte de la película parece una mezcla de cine de espionaje y policiaco, en la que aparecen más silenciadores que crucifijos. Al menos, el problema de la ambientación desfasada no se da en este título: aunque la película está ambientada en los años 70, no es tan obvio y descarado como en Dracula AD 1972. En resumen, se trata de una película irregular, que desaprovecha buenas ideas y que no sabe muy bien en qué género centrarse.

La serie se cierra con The Legend of the 7 Golden Vampires (1974; Kung Fu contra los Siete Vampiros de Oro), aunque esta película perfectamente podría considerarse fuera de la serie principal. Én realidad se trata de una película de artes marciales, coproducida con los estudios Shaw (y con un director asiático y uno británico, aunque sólo este aparece en los créditos). Drácula hace una breve aparición (aunque no es interpretado por Lee), y Cushing retoma su papel de Van Helsing. Por supuesto, no puede buscarse continuidad con el resto de la serie, ni en temática ni en historia, y la película sólo tiene interés por lo extravagante de su propuesta.

No cabe duda de que Drácula es el personaje que más popularidad dio a los estudios Hammer, y casi puede verse en paralelo la evolución y decadencia de esta serie de películas con las del resto de la productora. Buena parte del mérito es del mítico Christopher Lee, que (todo hay que decirlo) parece que acabó un poco cansado de su encasillamiento. Lee supo hacerse con su personaje desde el principio, dándole un sello y unas características propias que pasarían a la cultura popular como inseparables del vampiro transilvano. Tampoco hay que desechar la aportación de Peter Cushing, también convertido en un personaje icónico, a pesar de no aparecer en la serie tanto como su compañero. Y no olvidemos a Terence Fisher, responsable de las mejores películas de la serie (y, en general, de todas las salidas de los estudios Hammer).

La Momia y el Hombre Lobo
A pesar de haber tratado con Drácula y con Frankenstein dos de los monstruos clásicos que la Universal ya había llevado al cine, sería la Momia la primera de estas criaturas en ser adaptada a la pantalla después de que la Hammer llegara a un acuerdo con la productora americana para hacer remakes de sus películas clásicas (Al fin y al cabo, en los casos del Conde y del monstruo de Frankenstein puede hablarse simplemente de nuevas adaptaciones del original liteario).

Así, The Mummy (1959; La Momia) presenta un guión no muy original, con un grupo de arqueólogos que descubren una antigua tumba egipcia, sobre la que pesa una maldición que acabará por alcanzarles. A todos estos estereotipos de lo que debe ser una historia de momias malditas se une la habitual historia de amor prohibido, así como un extenso flashback ambientado en el antiguo Egipto que nos muestra el origen de la historia, así como las costumbres funerarias de la época. Como era de esperar, Peter Cushing da vida al arqueólogo que se enfrenta a la maldición y un Christopher Lee envuelto en vendas interpreta a la momia resucitada. Lee no repetiría este papel, probablemente debido a los daños y lesiones que sufrió durante el rodaje. La película, dirigida por Terence Fisher, es correcta aunque no muy original, y con un guión un poco descuidado (véase el desarrollo del personaje femenino).

The Curse of the Mummy’s Tomb (1964; La Maldición de la Momia) no aporta nada de especial interés con su previsible historia de arqueólogos, maldiciones y personajes misteriosos, y tampoco la salvan de su mediocridad unos limitados actores, unos diálogos forzados y unos intentos de humor poco logrados.

Lo mismo puede decirse de la levemente superior The Mummy’s Shroud (1966; El Sudario de la Momia), que al menos intenta introducir algunos elementos originales dentro de los habituales del subgénero de momias y maldiciones egipcias.

Tras estas dos secuelas, la última película dedicada a la Momia sería Blood from the Mummy’s Tomb (1971; Sangre en la Tumba de la Momia), una adaptación en la época contemporánea de la novela de Bram Stoker La Joya de las Siete Estrellas. El planteamiento de la película es algo más original: la momia deja de ser un muerto tambaleante envuelto en vendas para ser un espíritu astral en busca de un cuerpo para reencarnarse (y se trata del exuberante cuerpo de Valerie Leon). Por momentos, la película tiene tonos de terror psicológico más que de película de monstruos, pero el resultado general es decepcionante. A esto no ayudan unas interpretaciones bastante flojas: aunque el personaje de Valerie Leon tiene más profundidad, Lee era capaz de ser mucho más expresivo aunque sólo fuera con sus ojos entrevistos a través de las vendas.

Varios elementos temáticos de las historias de momias (inmortalidad, reencarnación, exotismo) aparecen también en She (1965; La Diosa de Fuego). Se trata de una película de aventuras basada en la novela del mismo nombre de Rider Haggard, en la que a los habituales Lee y Cushing se une el protagonismo de Ursula Andress. Por desgracia, su belleza es lo más destacable de una película bastante floja.

Curiosamente, la Hammer sólo produjo una película dedicada al fenómeno de la licantropía (¿quizá por las complejidades del maquillaje?). Se trata de The Curse of the Werewolf (1961; La Maldición del Hombre Lobo), dirigida por Terence Fisher y protagonizada por Oliver Reed. La película cuenta la historia de Leon, víctima de una maldición que le convierte en un monstruo. La primera parte de la historia cuenta los orígenes del hombre lobo, desde su nacimiento a su infancia, y tiene un tono más fantástico, como de antigua leyenda. La segunda parte nos muestra las habituales trágicas consecuencias de la maldición que aqueja a Leon. Ciertamente, la trama no ofrece grandes novedades respecto al mito del hombre lobo (más allá de las circunstancias de su nacimiento que le llevan a estar maldito), pero es un interesante punto de vista de una historia clásica.

Otra incursión en los monstruos clásicos sería la floja The Phantom of the Opera (1962; El Fantasma de la Ópera). Aunque en ocasiones refleja el buen hacer de Fisher a la hora de crear atmósferas, la película se ve lastrada por unos intérpretes y un guión bastante poco afortunados, y la historia acaba siendo más un melodrama alrededor de la pareja protagonista que una película de terror.

La Trilogía de la Familia Karnstein
A finales de los años 60 y principios de los 70, la Hammer tiene que modificar algunas de las constantes de sus películas para competir con un cine que cada vez ofrece más en cuestión de violencia y sexo. El cine británico (y, por extensión, el europeo) es más permisivo con el erotismo que el estadounidense, y ahí es donde la productora encuentra el medio para hacerse con su rincón en el mercado. También es importante considerar que en esta época se produce un cierto agotamiento de la fórmula que ha estado empleando la Hammer en los últimos años, y que no hay mucho más que pueda hacerse con personajes como Drácula y Frankenstein (cuyas películas también se ven influidas por esta tendencia).

Quizá el principal exponente de esta nueva etapa sean las tres películas que se han dado en llamar la Trilogía Karnstein. Se trata de tres películas que en realidad sólo tienen en común el punto de partida, basado en la novela Carmilla, de Sheridan Le Fanu. Las películas explotan el elemento lésbico de la trama, de una forma sorprendentemente explícita para la época, y la presencia de desnudos (más o menos justificados) es bastante abundante.

La primera de estas películas es The Vampire Lovers (1970; Las Amantes del Vampiro), protagonizada por la actriz polaca Ingrid Pitt en el papel de la vampira protagonista. El guión se basa en la mencionada obra de Le Fanu, y probablemente por ello es la que da mayor protagonismo al lesbianismo de la protagonista (presente en el texto original). La película tiene 3 actos bastante bien diferenciados: la presentación de los protagonistas, la seducción de la segunda víctima (repitiendo y ampliando esquemas del primer acto), y el inevitable desenlace. Se trata de una película bastante interesante, como adaptación del clásico, a pesar de múltiples elementos previsibles. Además cuenta con un prólogo atmosférico bastante logrado y con la siempre interesante presencia de Peter Cushing.

La más floja de la trilogía es Lust for a Vampire (1971). El cambio de la actriz protagonista (ahora la actriz danesa Yutte Stensgaard), así como de otros actores que dan vida a su “familia” (se supone que repitiendo papeles de la película anterior: el misterioso hombre de negro y la condesa) resulta un elemento a priori negativo. El cambio de rostro de Carmilla podría haber dado juego a la hora de crear intriga en el espectador, pero esto no se aprovecha en absoluto. El guión (presentado ya sólo como basado en los personajes de Le Fanu) introduce a la resucitada Carmilla en un colegio femenino, lo que resulta la excusa perfecta para mostrar abundantes desnudos totalmente gratuitos, aunque luego la vampira acabe enamorándose de un hombre. En general, el reparto es inferior al de la primera película y la película resulta bastante peor, a lo que contribuyen una inadecuada canción en algunas escenas y ciertas secuencias oníricas que oscilan entre lo interesante y lo ridículo.

La última entrega es Twins of Evil (1971; Drácula y las Mellizas), y cuenta una historia relacionada de forma muy leve con las dos anteriores. Así, aunque reaparece Carmilla (otra vez con un nuevo rostro), su papel es mínimo, y el verdadero villano es un descendiente suyo, el Conde Karnstein. A él se opone un fanático cazador de brujas al que da vida Peter Cushing, y que casi resulta tan inhumano como su rival. Precisamente la ambigüedad moral de los personajes es la mayor fuente de interés de esta película. Las gemelas del título son las hermanas Mary y Madeleine Collinson, dos antiguas playmates cuyas voces fueron dobladas: es obvio que no fueron escogidas para el papel por sus cualidades interpretativas. A pesar de ello, quizá sea la película de la trilogía con menor número de desnudos. Por el contrario, es mucho mayor el número de efectos visuales. En su conjunto, resulta una película cuanto menos interesante, rivalizando con la primera de la serie.

Otros títulos relacionados de manera indirecta con esta trilogía (por sus intérpretes o por referencias sutiles) serían Captain Kronos – Vampire Hunter (1974; Capitán Kronos, cazador de vampiros), historia de un cazador de vampiros pensada como inicio de una serie de películas (y cancelada por su poco éxito), y Countess Dracula (1971; La Condesa Drácula), basada en la historia de la Condesa Bathory.