Harry Potter and The Deathly Hallows
Después de 10 años y 7 libros, llegamos al final de las aventuras del mago más famoso de los últimos tiempos, un adolescente llamado Harry Potter. Desde la publicación del primero de los libros en 1997, el éxito en forma de premios y ventas ha acompañado a cada nueva entrega. De hecho, los últimos 4 libros han roto records de ventas en poco tiempo, alcanzando ingresos comparables a los de un taquillazo cinematográfico. Incluso en un país como el nuestro, en el que no somos conocidos por la afición a la lectura (y mucho menos por el dominio de los idiomas extranjeros), la salida a la venta de los dos últimos volúmenes en inglés se ha visto acompañada de un despliegue de marketing (con su reflejo en ventas) nada usual.
No puede negarse: el fenómeno editorial que han supuesto los libros de J.K. Rowling es algo que no se había visto nunca, y mucho menos en el mundillo del género fantástico. George R.R. Martin, por poner un ejemplo de autor actual popular, es improbable que alcance ese mismo despliegue mediático con la publicación de sus próximos libros. Ni siquiera Dan Brown puede aspirar a algo así con su próximo best – seller.
Sin duda, parte del secreto del éxito de Rowling está en el tipo de libros que ha escrito, a medio camino entre el género infantil y el fantástico, pero a la vez con una ambientación reconociblemente terrenal y muy británica. En el punto negativo, el mundo mágico de los libros de Potter no parece pensado para sufrir un análisis en profundidad y en muchos casos carece de coherencia. En ocasiones se abusa de una magia repleta de conjuros ad-hoc y de su uso como deus ex-machina (¡caramba! cuanto latín…). En otras palabras, como decía Lucy Lawless en un episodio de Los Simpson, se emplea demasiado el “Lo hizo un mago” (o “es magia”) para justificar las cosas. Por otra parte, esto probablemente sólo nos preocupe (relativamente) a los aficionados al fantástico del ala más “dura”, y para el público en general se trata de una parte más del encanto de la serie. Porque no hay que olvidar que la serie de Potter es un libro de raiz fantástica (en su vertiente para niños y jóvenes) pero que llega a un público de toda edad y condición.
Los dos primeros libros, La Piedra Filosofal (1997) y La Cámara Secreta (1998) eran una excelente, aunque sencilla, introducción al mundo de Potter. En El Prisionero de Azkaban (1999) la historia se empezaba a alejar del tono más infantil de los libros anteriores (desarrollando algunos elementos siniestros ya apuntados), y en El Cáliz de Fuego (2000) la saga alcanzaba prometedores tonos de oscuridad épica, abriéndose el camino para la gran trama central de la saga. En ese sentido, La Orden del Fénix (2003) supuso una decepción con una trama en la que no se avanzaba gran cosa, y donde los elementos importantes estaban mal escritos y pérdidos entre páginas y páginas de relleno. Aunque también era un libro de transición hacia el último, El Misterio del Príncipe (2005) era mucho más interesante y prometía un final apasionante.
Desde el principio se notan dos cosas muy claramente. La primera, que The Deathly Hallows es el último libro de la saga y a la autora, como es lógico, de vez en cuando le da por ponerse un poco nostálgica. Así, abundan las referencias a los libros anteriores y los “momentos – recuerdo”. Por otra parte, Rowling no hace concesiones y el libro se presenta como la continuación directa de El Misterio del Príncipe, sin recapitulaciones ni recordatorios de ningún tipo, ni al principio ni durante el texto. Es decir, es recomendable la relectura de dicho libro para tener más claro lo que sucede en este. En cierto modo, este libro y el anterior siguen una trama continúa (la relacionada con los Horcruxes) que se iniciaba en El Misterio del Príncipe y se continúa en The Deathly Hallows, mientras que el resto de libros podían considerarse episodios prácticamente independientes.
En ocasiones, esta dependencia de los libros anteriores llega a resultar un poco excesiva, y para el lector casual (por llamarle de alguna forma) que sólo se ha leído los libros una vez y no es un fan dedicado hay muchas cosas que pueden quedar poco claras. De todas formas, al fin y al cabo el séptimo libro de cualquier serie tiene que asumir que va dirigido a un cierto tipo de lector, capaz de emprender el largo viaje que supone disfrutar de una de estas extensas sagas (y esos lectores son los que Rowling incluye en su dedicatoria). Sin embargo, no hubiera estado de más algún que otro apoyo para los más desmemoriados.
Uno de los puntos de partida más interesantes que nos encontramos en esta novela es que (como ya avanzaba El Misterio del Príncipe) se rompe la fórmula que han seguido casi religiosamente los libros anteriores. En los otros seis libros de la saga la trama se veía encorsetada por un armazón que se veía obligada a respetar, y del que por fin se ha liberado en esta última.
Por desgracia, Rowling no acaba de sacarle a esto todo el provecho posible y, tras un prometedor inicio (quizá uno de los mejores de la serie), la trama sufre un tremendo parón de ritmo antes de llegar a la mitad del libro. Ni los protagonistas ni (al parecer) la autora saben muy bien hacia donde dirigirse, y el lector se encuentra con que no pasa prácticamente nada (y lo que pasa es bastante repetitivo) durante decenas de páginas. Da un poco la sensación de que Rowling no se encuentra demasiado cómoda fuera de la estructura de los otros libros. Así, tampoco quedan demasiado claros el paso del tiempo ni la percepción del espacio y las distancias (algo muy difícil de lograr cuando el medio de transporte habitual de los personajes es la teletransportación).
Quizá otra de las razones de esta caída de ritmo sea que la historia en esa parte se centra casi exclusivamente en el trío principal: Harry, Ron y Hermione. Es obvio que se trata de los absolutos protagonistas de la saga, pero con el extenso e interesante reparto que ha ido creando Rowling, se echa en falta mayor atención a otros personajes. Por otra parte, son tres personajes a los que ya conocemos muy bien, y no vamos a encontrarnos grandes sorpresas en su interacción y en el desarrollo de su relación. En general (y esto se aplica a todo el libro, aunque es menos grave fuera de esta parte), se hubiera agradecido algo más de presencia de otros personajes de la serie, pues casi todos aparecen, pero apenas esbozados.
Por suerte, después de este bache la cosa va remontando poco a poco hasta llegar a unas trepidantes últimas 150 páginas. En cierto modo, pasa lo mismo que en casi todas las novelas anteriores (al menos en las de mayor extensión): el ritmo inicial es lento, e incluso un poco cansino, pero el clímax final hace que dejar el libro de lado durante la última parte sea casi un acto doloroso.
Como era de esperar, el recuento de cadáveres con “nombre” de este último libro es bastante alto (no vamos a dar nombres…). Sin embargo, en pocos casos estas muertes provocan una verdadera emoción, y suele ser más por el tiempo que se lleva con algunos personajes que por la narración de Rowling. Ahora bien, lo que sí consigue crear la autora es la sensación de que nadie está a salvo de peligro, y de que en cualquier momento cualquier personaje puede ser una nueva víctima en la guerra entre el bien y el mal. Quizá sea también esa sobredosis de muertes la que le quite algo de impacto a las que se producen.
Lo cierto es que dicho enfrentamiento entre las fuerzas del bien y las del mal no nos ofrece demasiadas sorpresas: casi todo transcurre como es de esperar (o, al menos, de una de las formas posibles) y como ya planteaba El Misterio del Príncipe. Se cierran todas las tramas que se tienen que cerrar y no parece que la saga presente inconsistencias a primera vista (todo un mérito dada su extensión). Las sorpresas aparecen en forma de interesantes revelaciones sobre el pasado de un personaje importante (sin llegar a ser como el completo retrato de Voldemort que había en El Misterio del Príncipe), y en las Reliquias de la Muerte del título (una vez leído, esa parece la traducción más adecuada).
En conclusión, The Deathly Hallows es una más que adecuada conclusión a la saga, coherente con el resto de la historia, y que probablemente satisfará a todos los aficionados. Quizá el algo edulcorado epílogo sea lo que provoque más divisiones entre los lectores, aunque después de tanta amargura, quizá no venga mal ese toquecito de azucar. Por supuesto, el libro tiene defectos y está lejos de ser una obra maestra de la literatura. El mencionado problema de ritmo inicial por suerte se olvida gracias al gran final, pero sigue ahí. También da la sensación de que el libro está peor escrito que entregas anteriores, obligando a la relectura de algunos párrafos para tener claro lo que cuentan (y no, no parece que sea problema del idioma). Sin embargo, eso no dejan de ser menudencias ante lo que no deja de ser el libro que relata el enfrentamiento final entre Harry Potter y Lord Voldemort, entre el Bien y el Mal.
Nota: Notable Alto