Gothika

Gothika es una novela más de Vampiros, que no aporta nada nuevo ni especialmente original al género (cosa bastante difícil a estas alturas, dicho sea de paso). Así, nos encontramos con una mezcla de tópicos de la novela moderna de Vampiros, desde Anne Rice y su Entrevista con el Vampiro hasta las novelas de la franquicia del juego Vampiro (mencionado en el propio texto). Resulta curioso que en varias reseñas se destaque como gran innovación el hecho de que mitos como el del crucifijo, la luz solar o los ajos no funcionan como se espera con los vampiros de esta novela, cuando es algo que lleva apareciendo desde hace décadas en la literatura del género. Tampoco faltan las referencias al clásico Dracula (aunque sea escribiendo mal el nombre de Renfield; sí, soy un tiquismiquis, y no, no parece una errata), llegando a homenajear a la estructura de dicha novela escribiendo algún capítulo en forma de diario o de transcripción de un chat.

La novela gira alrededor de tres tramas distintas. La primera nos presenta la vampirización de una joven en una España rural y “profunda” de un pasado impreciso (parece tratarse de finales del siglo XVIII), y precisamente llama la atención y se sale de la rutina por esa elección de ambientación. Por otra parte, sorprende un poco la naturalidad con que la protagonista sabe y asume que lo que le pasa es un caso de vampirismo (antes de que Bram Stoker hubiera nacido), y cuesta creer que un personaje de esa época emplee expresiones como “más simple que el mecanismo de un botijo”. En general, la ambientación no parece todo lo cuidada que debería, lo que hubiera hecho subir bastantes enteros a la novela.

Las otras dos tramas transcurren en la actualidad, protagonizadas por una joven gótica que entra en contacto con una vampira, y por un proyecto de escritor que empieza a interesarse por esos ambientos siniestros. Desde mi punto de vista, el principal problema de estas partes modernas es el exceso de referencias a la cultura popular (especialmente cuando se trata de música). Puede que nombrar a Bisbal o a Evanescence le proporcione un toque realista a la historia, pero también le quita cierta atemporalidad, ligándola claramente a la actualidad. Por otra parte, el recurso de relacionar el vampirismo con la cultura gótica es una técnica que a estas alturas resulta cualquier cosa menos innovadora. Las historias de estas dos tramas resultan algo menos interesantes: una por reiterativa (supongo que intentando establecer un paralelismo con otra de las tramas), y la otra por ser más aburrida (aunque se le intenta meter algo de misterio a mitad de novela con un asesinato de por medio).

La voz narrativa de la novela parece ocasionalmente un poco confusa. El libro está escrito en tercera persona, pero el narrador pasa de limitado y próximo al protagonista a omnisciente de manera aparentemente arbitraria. Por ejemplo, se nos puede estar contando en un párrafo lo que piensa un personaje, y en el siguiente párrafo hacer una afirmación categórica sobre algún poder vampírico. Eso crea cierta confusión: ¿ese conocimiento arcano lo ha adquirido el personaje? ¿o es una explicación que nos está dando el autor como narrador omnisciente?. Además, este narrador adopta en ocasiones un tono excesivamente enciclopédico cuando se dedica a exponer hechos y desarrollar la ambientación y, encima, con innecesarios fallos de documentación. Así, si es realmente preciso para la novela incluir entre paréntesis (como si se tratara de un artículo) de qué año es la película Dracula (la de Bela Lugosi) cuando se la cita, al menos conviene hacerlo bien y escribir que es de 1931, no de dos años después (¿He dicho ya que soy un poco tiquismiquis?).

La psicología y caracterización de los personajes en general está bien descrita y estos resultan interesantes, con abundantes (pero necesarias) digresiones en su pasado y preocupaciones. Lo cierto es que esta es más una novela de personajes, en la que vamos conociendo poco a poco a un reparto de seres humanos e inhumanos, más que un libro guiado por una trama clásica de presentación, nudo y desenlace. Por supuesto, esto es un riesgo de cara al lector, porque si este no consigue conectar de alguna manera con los personajes, su interés por el libro decaerá rápidamente. Quizá por eso los lectores naturales de la novela sean los adolescentes miembros de la renacida subcultura gótica o pseudo–gótica a la que pertenecen varios personajes, y que pueden verse fácilmente reflejados en ellos (suponiendo que estén bien retratados y no estén demasiado estereotipados, cosa que no sé…)

Esta mayor importancia que se le da al desarrollo de personajes hace que el elemento de conflicto aparezca en la trama de forma muy tardía, dando una sensación de desaprovechamiento. Precisamente uno de los elementos que podría haber dado más juego, con los paralelismos entre vampirismo y maternidad, se introduce demasiado tarde. Por ello mismo, el final parece un poco precipitado y la resolución de algunos misterios demasiado brusca (si bien bastante predecible).

Otro punto a favor de la novela de Clara Tahoces es que resulta una lectura ágil, dinámica: el libro es todo un pasa–páginas. La brevedad de los capítulos y la alternancia de tramas invita a leer constantemente un poquito más, con lo que las casi 400 páginas del libro se pasan en un suspiro.

En conclusión, otra correcta novela de vampiros en un sector en el que es difícil innovar. Clara Tahoces, con sus claros referentes, tampoco parece que sea eso lo que pretenda, así que (lógicamente) no lo hace. Lo realmente sorprendente es que desde reseñas y jurados de premios se nos presente esta novela como “actualización del mito”, o “desmitificadora”. Puede que lo sea respecto a los clásicos del siglo XIX, pero se ha escrito bastante desde entonces. Pero bueno, ya se sabe que no puede creerse todo lo que dice la publicidad… La escritura y la estructura son mejorables, pero tampoco impiden disfrutar de esta novela que se lee de uno o dos tirones. Eso sí, que nadie espere una novela especialmente revolucionaria o memorable, pues probablemente el libro se olvide con tanta facilidad como con la que se lee.

Nota: Suficiente

Los Inmortales: Sólo Puede Quedar Uno

1986 fue un año muy bueno. Madonna publicó su True Blue. La Unión Soviética lanzó la estación espacial Mir. Y España entró en la Comunidad Europea. Además, también fue el año del estreno de Los Inmortales.

Los Inmortales

No puede negarse que esta es una película con un inicio impactante. Dos hombres se encuentran en los aparcamientos del Madison Square Garden. Uno de ellos saca una espada española de su abrigo, a lo que el otro responde extrayendo una katana de debajo de su gabardina. Ambos empiezan a combatir como expertos espadachines. Finalmente, uno de ellos decapita al otro, y una especie de descarga de energía invade el aparcamiento. Sin duda, esto no ha sido una simple disputa por drogas.

El responsable de Los Inmortales es el director australiano Russell Mulcahy, procedente del mundo de los vídeo–clips (debutó con Video Killed the Radio Star, el primer vídeo musical que se emitió en la MTV). Este fue su segundo largometraje, y probablemente no llegué a superar el éxito que consiguió con él, ya que los títulos más destacados de su carrera son películas como La Sombra o Resurrección, y últimamente se dedica a la televisión (aunque tiene por estrenar la tercera parte de la serie Resident Evil). El responsable de la historia es el guionista Gregory Widen, que no ha hecho mucho más a lo largo de su carrera. Quizá lo más destacable haya sido la creación de otra serie de género fantástico, la iniciada con la película Ángeles y Demonios (que también dirigió), y describe un enfrentamiento entre el cielo y el infierno.

El protagonista de la película es el actor Christopher Lambert, en el papel del Escocés Connor MacLeod. Al igual que Mulcahy, no ha hecho nada más destacable, y en su historial figuran fracasos como Beowulf o Druidas, además de la ya mencionada Resurrección. Le acompaña en el reparto nada menos que Sean Connery, como su mentor Juan Sánchez Villa–Lobos Ramírez. El malo de la película, el Kurgan, está interpretado por Clancy Brown, a quien hemos podido ver en Cadena Perpetua o Perdidos, pero que se ha dedicado sobre todo a doblar personajes para series y películas de animación. La chica (Brenda Wyatt) está interpretada por otra actriz televisiva: Roxanne Hart.

La película nos cuenta la historia de Connor MacLeod, que en la Nueva York moderna se hace llamar Russell Nash y se dedica a las antigüedades, a lo largo de una doble trama. Por una parte, vemos como es investigado por la policía en la actualidad mientras se prepara para su enfrentamiento final con el Kurgan. Por otra parte, una serie de flashbacks nos hablan de sus orígenes en las Tierras Altas (los Highlands) de Escocia durante el siglo XVI.

Así, y gracias a Ramírez, averiguamos que Connor es un Inmortal, el último de una serie de personas en desarrollar esa “habilidad” al recibir una herida mortal (ocasionada por el Kurgan). No se nos explica mucho más (el propio Ramírez no parece tener las respuestas). Sólo sabemos que llegará un momento que estos Inmortales se verán empujados a enfrentarse unos con otros en duelo singular a espada, hasta que uno decapite al otro (pues esa es la única forma por la que puede morir un Inmortal). Finalmente, y como dice la mítica frase de la película, tras todos estos combates, Sólo puede quedar uno, un Inmortal que se llevará lo que se conoce como “El Premio”.

Mientras tanto, en la Nueva York actual se acerca el momento del final de ese Juego que tienen que practicar los Inmortales, y el Kurgan, el Inmortal más fuerte de todos, se prepara para enfrentarse a MacLeod. Por su parte, la identidad de MacLeod peligra por la investigación de Branda Wyatt, una forense que investiga los asesinatos por decapitación. Como no podía ser de otra forma, acaban enamorándose, aunque MacLeod se muestra reticente al recordar la pérdida de su primera esposa, muerta de vieja mientras él se mantenía joven.

Russell Mulcahy rueda las dos partes de la película de forma bastante distinta. La parte escocesa está filmada de una forma más tradicional, aprovechando los hermosos paisajes de las Tierras Altas para mostrar amplias y épicas panorámicas. Por otro lado, la parte actual está contemplada de una forma que podríamos llamar más esteticista, recordando (salvando las distancias) al Ridley Scott de películas como Blade Runner o Black Rain. El director hace uso de elementos como humo y agua para filtrar la luz (en ocasiones procedente de chispas y similares) y dar determinada textura, rueda muchas escenas a contraluz y emplea encuadres y posiciones de cámara poco habituales (abundan los planos picados y contrapicados).

Gran parte del éxito de la película se vio impulsado por el de su banda sonora. Michael Kamen hace un buen trabajo en la parte orquestal, pero lo que se recuerda del apartado musical son sin duda las canciones de Queen. Se trata de unos temas que reflejan a la perfección lo que se está mostrando en pantalla (como el inolvidable Who Wants to Live Forever), y que no están como simple relleno. Nada menos que 6 temas de los 9 del disco A Kind of Magic suenan durante la película (incluyendo los carteles iniciales y los de crédito), además de Hammer to Fall y una versión nunca publicada de New York, New York.

Los duelos a espada de la película fueron dirigidos por Bob Anderson, una leyenda dentro de su oficio (trabajó con Errol Flynn), que ha trabajado como especialista o experto en esgrima en las sagas de Star Wars y El Señor de los Anillos, o en La Princesa Prometida, así como en la reciente superproducción española Alatriste. Anderson también trabajaría en la serie de televisión de Los Inmortales.

El duelo final entre Connor MacLeod y el Kurgan, entre el Bien y el Mal, acaba de la manera esperada, y es MacLeod quien se queda con El Premio. Con las últimas palabras que le oímos en la película, el Escocés nos revela que ahora es mortal (y puede tener hijos) y que tiene un poder telepático que le permite entrar en las mentes de la gente, por lo que puede influir en las acciones de los poderosos para crear un mundo mejor.

Está claro que Los Inmortales nunca fue un éxito ni de crítica ni de público, aunque alcanzó cierta posición como película de culto a través del mercado doméstico. Aún así, algo debe haber para que esta fantasía urbana siga de una cierta actualidad 20 años después. ¿Las claves de ese éxito? Es difícil decirlo, pero quizá la principal sea la traslación de algo tan primitivo y medieval como los duelos a espada a un entorno y una estética contemporáneos (banda sonora incluída), con una historia con acción y romanticismo a partes iguales, y unas buenas interpretaciones de un Lambert (que nunca ha sido un gran actor) al que el papel le queda perfecto y un Sean Connery que viviría un renacimiento de su carrera tras esta película. En el fondo, Los Inmortales no es una gran película ni una obra maestra, ni parece que nunca lo pretendiera. Lo que sí que resulta la película es un digno entretenimiento capaz de crear una mitología propia más o menos original.

Los Inmortales II: El Desafío

En 1991 se estrena esta secuela, dirigida de nuevo por Russell Mulcahy. Al parecer no faltaron los problemas durante su producción: Lambert estuvo a punto de abandonar el proyecto, y Mulcahy padeció múltiples interferencias por parte de los productores. El director quedó tan descontento con el resultado final que se salió del cine a los 15 minutos en el estreno. No sería el único descontento: ni los mayores fans de la serie tienen algo bueno que decir de esta secuela.

A lo que en la primera película era misterio, en esta secuela se le quiere dar una explicación. Por si fuera poco, es una justificación más bien endeble y poco coherente con lo visto en Los Inmortales. Según la película, los Inmortales son alienígenas del planeta Zeist, exiliados por su tiránico gobernante Katana, a los que El Premio les permitirá volver a su planeta natal. La magia de la primera película se ha transformado aquí en una incongruente y débil explicación que quiere llevar a la película hacia la ciencia ficción.

El reparto vuelve a estar encabezado por Christopher Lambert y por Sean Connery, cuyo regreso en esta secuela es otra incongruencia más, acompañada del uso de su personaje para interpretar unos burdos gags cómicos del estilo de Los Visitantes. El malo, Katana, es interpretado por un habitual en este tipo de papeles: Michael Ironside (Desafío Total). El interés romántico (en este caso, bastante débil) de MacLeod es la atractiva Virgina Madsen (Dune, Candyman), en el papel de una eco–guerrillera llamada Louise Marcus.

La historia está ambientada en el año 2024. La Tierra está cubierta en oscuridad por un escudo protector creado por científicos (con la ayuda y apoyo de MacLeod) para protegerla de la destrucción de la capa de ozono. La trama gira precisamente alrededor de una intriga económico–ecológica relacionada con el escudo, ya que Louise pide ayuda a un envejecido Connor para luchar contra la compañía que lo controla. Por otra parte, Katana decide (no se sabe muy bien el motivo…) atacar a MacLeod, primero por medio de unos esbirros y luego directamente. MacLeod acaba con los esbirros, rejuvenece y recupera la inmortalidad, Ramírez vuelve, y la historia ya abandona cualquier intento de coherencia con la primera película.

El estilo cinematográfico de la película es similar al de la primera, aunque algo más moderado, y todo parece más oscuro, ya que se nos quiere mostrar un mundo futuro más decadente. Por otra parte, los únicos flashbacks de la película se usan para mostrarnos el origen alienígena de los personajes. La banda sonora es un trabajo orquestal de Stewart Copeland (miembro de The Police), y no llama la atención en absoluto. Por otra parte, los duelos son escasos e insípidos, a lo que también ayuda bastante la falta de implicación emocional con los personajes.

Como curiosidad, hay que comentar que Russell Mulcahy hizo un montaje alternativo, conocido como The Renegade Version. Esta versión cambia totalmente el origen de los Inmortales, convirtiéndolos en personas de un pasado lejano, expulsadas al futuro por unos sacerdotes para que no se ganara El Premio en su época. Al menos, es mejor que lo de los alienígenas exiliados…

En general, puede decirse que Los Inmortales II: El Desafío debe estar considerada como una de las peores secuelas de todos los tiempos. El brusco cambio de género hace que casi no parezca una película de Los Inmortales. Por si fuera poco, el guión es francamente flojo e incoherente: el absurdo regreso de Ramírez y la desconocida motivación de Katana (personaje que, por otra parte, parece una versión más bajita del Kurgan) son sólo los ejemplos más claros de incongruencia.

Los Inmortales: la Serie de Televisión

De 1992 a 1998 se emitió la serie de televisión Los Inmortales, con un total de 119 episodios. Una vez más, se introducen cambios en la cronología interna de la saga de los Inmortales. Ahora, la muerte del Kurgan a manos de Connor MacLeod (que tampoco es el último en “despertar” a la inmortalidad) es simplemente un duelo más del Juego, y Connor no ha ganado El Premio. Dejando aparte estos cambios, el formato televisivo permite desarrollar una mitología interna propia, con diferencias respecto a las películas, pero con una cierta coherencia interna.

El protagonista de la serie era Duncan MacLeod, un pariente de Connor interpretado por Adrian Paul que, en realidad, podría haber sido perfectamente el propio Connor (y yo no descartaría que en principio la serie estuviera planteada con Adrian Paul haciendo de Connor…), dado todo lo que tienen en común. Además del lazo familiar, ambos trabajan como anticuarios y luchan con una katana.

Aunque la serie tenía episodios del estilo de El Inmortal del capítulo de hoy es…, también tenía una serie de personajes y situaciones recurrentes, como Methos (el inmortal más viejo de todos), Amanda (una ladrona que tendría su propia serie, Highlander: The Raven, que duró una temporada), y los Observadores (un grupo de humanos que vigila a los Inmortales).

En general, la serie era un producto decente, presentando otra realidad alternativa más a la primera película, pero con más coherencia que las secuelas cinematográficas. Para ello se hizo lo que en el mundo del comic se conoce como retconning (o continuidad retroactiva), es decir, el cambio de hechos supuestamente establecidos en la historia del mundo de ficción. A partir de la serie también se publicaron varias novelas ambientadas en el mundo de los Inmortales.

Habría que mencionar también que ha habido una versión animada de Los Inmortales (1994– 1995; 40 episodios), ambientada en un futuro lejano y protagonizada por Quentin MacLeod (y con la presencia de Ramírez). Y en 2007 está previsto el estreno de un largometraje de animación japonesa (Highlander: The Search for Vengeance) protagonizado por Colin MacLeod. Hay que tener en cuenta que el hecho de que todos los derivados estén protagonizados por miembros del clan MacLeod es una limitación impuesta por el título original de la saga: Highlander (es decir, habitante de las Tierras Altas). De ahí que todos los protagonistas de alguna variante de Los Inmortales sean escoceses del clan MacLeod.

Los Inmortales III: El Hechicero

Probablemente inspirado por el moderado éxito de la versión televisiva a principios de los 90, 1994 ve el estreno de esta tercera parte de la serie. Esta película ignora totalmente lo ocurrido en la segunda parte de la serie, y no sólo porque esté ambientada en 1994, sino porque directamente contradice elementos mostrados en dicha secuela. La política oficial parece ser ignorar totalmente Los Inmortales II: El Desafío, pues la serie de televisión también desdeña lo sucedido en ella. Lo cierto es que es poco probable que alguien se queje al respecto.

Está es la primera película de las dos que ha dirigido el director Andrew Morahan, dedicado también al mundo del vídeo – clip (suya es la “trilogía” formada por los tres vídeos de Guns N’ Roses: Don’t Cry, November Rain y Estranged). Su estilo es bastante similar al de Mulcahy en las películas anteriores, también bastante esteticista, aunque añade un uso puntual de la cámara lenta que el australiano no empleaba.

Al habitual Lambert se une en el reparto el japonés Mako (Conan el Bárbaro), como Nakano, antiguo maestro japonés de Ramírez y también maestro de MacLeod. La chica de la película es Deborah Kara Unger (Silent Hill), como la arqueóloga Alex Johnson. El Inmortal malvado esta vez es Mario Van Peebles (El Sargento de Hierro), en el papel de Kane (otra copia más del Kurgan de la primera película).

La historia de la película (así como sus personajes) viene a ser más o menos la misma de la primera. En el pasado, Nakano encerró a Kane (y otros dos Inmortales) en su cueva para evitar que siguiera haciendo el mal. En la actualidad, un equipo de arqueólogos abre dicha cueva y Kane queda libre, con lo que va a buscar a MacLeod para cortarle la cabeza. MacLeod vuelve a Nueva York y vuelve a ser investigado por la policía a causa de un cuerpo que aparece decapitado. La Dra. Johnson es la mujer cuyas investigaciones le llevan a MacLeod, y este no puede evitar enamorarse de ella (además de que es idéntica a la mujer a la que amó durante la Revolución Francesa…). Kane, con la ayuda de su poder para crear ilusiones, forma algo de caos y destrucción en la ciudad, hasta forzar finalmente a MacLeod a enfrentarse a él en una fundición (final que recuerda mucho a Terminator 2 (1991)). Es decir, el mismo esqueleto narrativo que en Los Inmortales.

La banda sonora es un insípido trabajo de un compositor televisivo llamado Peter Robinson, acompañado por algunas canciones de Loreena McKennitt, que dan el perfecto toque celta a las escenas de MacLeod en Escocia. Los duelos a espada no están a la altura de los de la primera película, pero son correctos, dando una leve presencia al uso de las artes marciales (toda la película tiene un cierto “toque japonés”).

Esta tercera película es una de esas típicas secuelas flojas que, en realidad, no aportan nada. Pero al menos parece formar parte de la misma serie de películas y no resulta ofensiva, que es más de lo que se puede decir de Los Inmortales II: El Desafío. En realidad, esta película lo que sí que aporta es algo menos de coherencia interna a la saga como tal. Si Kane estaba vivo, MacLeod no podía haber ganado El Premio (como nos dice al final de la primera película), y sólo lo gana al derrotarle en ésta. Esta historia hubiera funcionado mejor situada cronológicamente antes de la primera película, como una aventura más de MacLeod antes de su enfrentamiento final con el Kurgan. Pero claro, en 1994 aún no se había popularizado el concepto de “precuela”.

Los Inmortales: Juego Final

Esta nueva película (ya sin un número en el título) se presenta en 2000 como una continuación de la serie de televisión de Los Inmortales. Así, se ignora totalmente lo establecido en las tres películas anteriores y se toma como canon lo sucedido en la serie de televisión. Teniendo en cuenta que es un intento de revitalizar la franquicia con Adrian Paul como protagonista (ya que a Christopher Lambert ya se le nota mucho el paso del tiempo), es comprensible que se adopte esta decisión. Sin embargo, para el espectador casual que no conoce la serie, es una vez más una confusa secuela que parece no tener nada que ver con las películas a las que se supone que continúa.

La película nos cuenta que en 1990 (en las versiones en DVD esto se cambiaría a 1992 para que fuera realmente coherente con la serie de TV) Connor MacLeod desaparece, internándose en un santuario, cansado de ver morir a sus seres queridos. En la actualidad, un Inmortal renegado llamado Jacob Kell (acompañado de otros como él), que no sigue las normas del Juego, ataca el santuario y Connor desaparece de nuevo. Su pariente y aprendiz, Duncan MacLeod empieza a investigar lo sucedido.

Como elemento más o menos original, hay que reconocerle a la película el hecho de que el Inmortal malvado de turno no es una nueva copia del Kurgan. Jacob Kell, interpretado por Bruce Payne (Dragones y Mazmorras), es un personaje más frío, impulsado por sus retorcidos planes de venganza hacia Connor, basados en acabar con todas las personas que le importan. Por otra parte, la película hace uso de personajes y elementos de la serie televisiva, que resultan un poco débiles como subtramas en la película, como son Methos, Dawson y los Observadores.

El verdadero protagonista de la película es Duncan MacLeod, al que Connor / Lambert le pasa el testigo de la saga en más de un sentido. Los habituales flashbacks nos muestran por una parte la relación entre Connor y Duncan como maestro y aprendiz, y por otra se centran en la subtrama romántica protagonizada por Duncan y una Inmortal llamada Kate, interpretada por Lisa Barbuscia (El Diario de Bridget Jones). La relación entre ambos es bastante tensa, con elementos que parecen sacados de una novela de Anne Rice, y no ayuda mucho el hecho de que Kate esté en el grupo de Kell.

Es la única película de su director, Douglas Aarniokoski, más habituado a trabajar como ayudante de dirección. Su trabajo es correcto y coherente con la estilización de las otras películas, aunque parece tener cierta influencia del cine de acción oriental en las secuencias de lucha. Esto también se ve reflejado en los duelos, con mayor presencia de las artes marciales, debido sobre todo a la experiencia de Adrian Paul en este campo. A veces esto queda bastante fuera de luegar, como el combate sin armas que tiene Duncan con el personaje de Donnie Yen (Hero, Blade II), que también trabaja como coreógrafo.

Los Inmortales: Juego Final no puede considerarse dentro del mismo universo que las películas protagonizadas por Connor MacLeod (que, por otra parte, parecen transcurrir cada una en su propia continuidad). Es como un episodio más de la serie televisiva; de hecho, a pesar de los medios y las localizaciones, tiene un aire a producto para televisión o vídeo–club bastante evidente (el presupuesto es el mismo que el de Los Inmortales, hecha 15 años antes). Hasta la banda sonora (bastante apropiada, eso sí) es obra de Stephen Graziano, un compositor procedente de la televisión. Así, lo mejor es considerarla como un capítulo de doble duración de la serie televisiva. De todas maneras, al tratarse de un producto a mitad de camino entre el cine y la televisión, se queda corto en ambos ámbitos: para los que conozcan la serie los elementos de la trama televisiva aparecen de forma muy básica, y para los que no la conozcan son un añadido totalmente prescindible y que, como mucho, aporta desconcierto.

Los Inmortales: El Origen

El año 2006 ha visto el regreso de los Inmortales en dos medios distintos. Por una parte tenemos la publicación de un comic, protagonizado por Connor MacLeod y ambientado tras la primera película (y siguiendo la continuidad establecida por la serie de TV). Por otro lado, esta la producción de Highlander: The Source, cuyo estreno estaba previsto incialmente para 2006 (y que se anunciaba como la primera película de una trilogía), pero que ahora mismo no está muy claro cuando llegará a los cines (si llega…). La película ha sido publicada directamente en DVD en Rusia, mientras que los productores afirman que ese no es el montaje definitivo, y que este se estrenará a finales de 2007.

El director es Brett Leonard (El Cortador de Cesped, Virtuosity), cuyos antecedentes hacen que no sorprenda el look de videojuego que tiene buena parte de la película. Los acelerones (especialmente irritantes y ridículos durante los combates) y el montaje a saltos, acompañan a otros recursos de cine de terror. La fotografía hace que los días sean pálidos y las noches anaranjadas. En general, hay que reconocer que el director le ha dado un nuevo estilo propio a la serie: otra cosa es que ese estilo funcione.

La historia es la de un grupo de Inmortales en un caótico futuro cercano, entre los que está Duncan MacLeod (y una antigua esposa mortal, que no se sabe muy bien que pinta con ellos), que buscan el mítico Origen, el lugar de donde se dice que proceden los Inmortales. Este Origen reaparecerá en tiempos difíciles y, además, se ve acompañado por una repentina e imprevista alineación planetaria que afecta a planetas de nuestro sistema solar e incluso de fuera de él… A MacLeod y compañía se opone otro Inmortal, conocido como el Guardián. De nuevo volvemos a tener un malo histriónico como el Kurgan, pero probablemente se trate de la peor de todas las copias. Su aspecto a mitad camino de los asesinos de Los Inmortales II y de una criatura salida de Silent Hill, más una actuación que parece inspirada a partes iguales por Ace Ventura y Taz (sí, el Diablo de Tasmania de la Warner) lo convierten en el Inmortal más insoportable de toda la saga.

El guión es bastante flojo, con frases lamentables, y la historia está mal contada y llena de cabos sueltos. El reparto, lleno de caras desconocidas (si exceptuamos a Methos y Joe Dawson, procedentes de la serie de televisión), tampoco parece muy capaz de hacer grandes interpretaciones. Por si fuera poco, la presentación de personajes se realiza con un cartel en pantalla que nos dice nombre, ocupación y si es mortal o Inmortal. En los efectos especiales el ordenador canta que da gusto (sobre todo en los fondos virtuales) y, por si fuera poco, en la banda sonora hay dos atroces versiones de los temas de Queen Princes of the Universe y Who Wants to Live Forever (que el Guardián también canturrea en una escena) perpetradas por un tal John Sloman (no tengo el gusto, pero parece que fue un vocalista de los Uriah Heep).

Mención especial merecen los combates, arruinados por el montaje y convertidos en exhibición de artes marciales por parte de Adrian Paul, que lucha prácticamente con cualquier cosa en vez de usar su espada. Y el duelo final es, directamente, horroroso, gracias (a partes iguales) al montaje y al aspecto de cartoon que le da el director.

Por supuesto, todo esto es basándonos en lo que ha podido verse en el DVD Ruso, pero no parece probable que el montaje definitivo vaya a ser muy distinto y vaya a arreglar el desastre que es esta película. Desde luego, si se quería revitalizar la saga y hacer una nueva trilogía, no parece que los pesados 90 minutos de esta película vayan a arrastrar a la gente a los cines. Es pronto para decirlo, pero esta película puede ser para Duncan MacLeod lo que Los Inmortales II fue para Connor: quizá incluso debería titularse Los Inmortales II: La Nueva Generación.

En conclusión, este es el triste destino de estos seres Inmortales, condenados a ir (tras la primera) de mala película en mala película. Y el caso es que parece que se parte de una buena idea de base (algo tan simple y eficaz como tener a unos tipos que se persiguen a espadazos por toda la historia), pero en general no se consigue con ello hacer buenas historias, rodar buenas películas.

Mad Max

Uno de tantos personajes cinematográficos que se hicieron famosos durante los años 80 vino de Australia y se llamaba Max Rockatansky, más conocido como Mad Max.

Salvajes de la Autopista

La primera película dedicada al personaje, titulada simplemente Mad Max se estrenó en 1979. Su director fue el australiano George Miller, que además de el resto de títulos de la serie cuenta en su curriculum con títulos tan diversos como Las Brujas de Eastwick, El Aceite de la Vida, Babe, el Cerdito en la Ciudad o Happy Feet. El protagonista absoluto es Mel Gibson, al que esta serie convertiría en estrella mundial (tras la tercera parte rodaría Arma Letal, abriéndole el camino de Hollywood). Sin embargo, cuando se estrenó la película era un absoluto desconocido y, al parecer, ni tan siquiera aparece en los trailers estadounidenses de las dos primeras películas (centrados en las escenas de vehículos).

La película está rodada con un presupuesto bastante limitado (muchos de los coches empleados se repintaban continuamente para que pudieran pasar por vehículos distintos). En contraste, el éxito en taquilla fue tan grande que durante mucho tiempo (hasta el estreno de El Proyecto de la Bruja de Blair en 1999) la película tuvo el record de mayor rentabilidad, en función de la proporción ingresos – presupuesto.

Probablemente lo que más llame la atención al espectador moderno que se enfrenta a esta película es su estética, que no tiene mucho que ver con lo que se puede esperar de la estética Mad Max popularizada más adelante. Si no fuera porque se nos indica al inicio que la película transcurre en un futuro cercano, la historia podría pasar por un policiaco contemporáneo. De hecho, la película casi está más próxima a títulos como Harry el Sucio (1971) que a lo que se espera de una historia de ciencia ficción post – apocalíptica.

La historia es la de un policía de carretera, en un mundo desértico en que delincuentes y bandas de motoristas dominan las autopistas. Este policía, Max, está cansado de su trabajo y quiere dejarlo para pasar más tiempo con su mujer y su pequeño hijo. En su camino se cruzan unos violentos motoristas que atacan a sus amigos y a su familia, forzándole a adoptar los métodos que quería evitar, los métodos de los propios criminales a los que persigue. No es una historia especialmente original, y sí es bastante representativa de una época en que el cine negro muestra a policías que se ven forzados a comportarse de manera no muy distinta a los delincuentes (como el ya mencionado Harry Callahan). Este tema se ve reforzado en las conversaciones entre Max y su jefe, acerca de la necesidad o no de héroes en la decadente sociedad en que viven.

La película fue llamativa en su momento por la violencia que mostraba, aunque realmente muchas veces esa violencia es más insinuada y revelada en sus consecuencias que mostrada directamente (la mano mutilada y quemada de Ganso, los planos casi subliminales de ojos desencajados antes de un choque, el plano posterior al atropello del niño…).

Pero sin duda lo más representativo de la película son las persecuciones de coches (y motos), rodadas logrando una impresionante sensación de velocidad (más meritoria aún teniendo en cuenta las limitaciones impuestas por la época y el presupuesto). Destaca sobre todo la persecución inicial del Jinete Nocturno, que sirve de presentación de la mayor parte de los secundarios y del propio Max. El personaje de Max es presentado de forma gradual, mostrándole en parte y en planos cortos, hasta que su presencia es imprescindible para cazar al criminal.

Y en realidad, eso es lo que es la película: la presentación de un personaje, la presentación del “Loco” Max. Un buen policía, un hombre de familia, acosado por la violencia interior y exteriormente, que se ve forzado a convertirse en un proscrito.

El Guerrero de la Carretera

El éxito de la primera parte hace que en 1981 se estrene la secuela: Mad Max 2. Repite el mismo equipo, pero esta vez el presupuesto es mayor; de hecho, se trata de la película Australiana más cara que se había producido hasta entonces.

En esta película sí que nos encontramos con la estética post – apocalíptica que popularizaría la saga. Todo transcurre en el desierto, todo parece construido con restos (desde las ciudades a las ropas y, por supuesto, los vehículos) y todo tiene un toque de primitivo salvajismo. En cierto modo, todo tiene un aire exagerado, como de comic, especialmente entre los “malos”, con su look entre el punk y la estética sadomasoquista.

Además, ahora una introducción nos sitúa claramente en este mundo futuro, hablándonos de crisis energética y explosiones nucleares (y, curiosamente, a través de imágenes de archivo en blanco y negro que dan un toque ambiguo al momento en que se produjo el apocalipsis que ha dejado el mundo como lo ha dejado).

Ahora Max es un vagabundo mercenario, necesitado de combustible para su vehículo. En su camino se cruza un piloto de autogiro que le guiará a una ciudad donde producen combustible. Pero Max no es el único interesado en la gasolina que tienen los habitantes de este pequeño establecimiento: también están una banda de salvajes criminales liderados por un siniestro hombre llamado Lord Humungus.

Max se parece en esta película a un ronin de una película de Kurosawa, o al Hombre sin Nombre de los westerns de Sergio Leone (De hecho, en la tercera parte, en la Cúpula del Trueno el personaje es presentado al público como “el hombre sin nombre”). Se trata de un héroe reluctante, que no se preocupa de los demás de forma altruista, y que sólo por casualidad acaba convirtiéndose en el salvador del pueblo, sin abandonar su propio interés: como Toshiro Mifune en Yojimbo o Clint Eastwood en Por un Puñado de Dólares. Por otro lado, la narración en off potencia de alguna manera el aspecto casi mítico y legendario de Mad Max, al que el narrador ve como una figura salvadora y heroica.

La parte más espectacular y destacable de la película se produce hacia el final, con la persecución en la que Max conduce un camión perseguido por la banda de Humungus. El guión en esta película es más flojo que en la anterior (por confuso y peor desarrollado, ya que la historia en sí es algo más compleja), pero se compensa con el establecimiento de una estética y una ambientación post – apocalíptica que crearía escuela.

Más Allá de la Cúpula del Trueno

La última parte de está trilogía se estrenaría en 1985: Mad Max: Más Allá de la Cúpula del Trueno. Se trata ya de una co – producción en la que interviene capital estadounidense, y está co – dirigida por el habitual George Miller y por George Ogilvie (empleado para tratar con el numeroso reparto, centrándose Miller en la acción).

La película continúa con la estética y concepto de la segunda parte, con un Mad Max errante en un mundo desértico y post – apocalíptico. Sin embargo, es evidente la mayor disponibilidad de medios: el presupuesto de la primera era de 350.000 $, el de la segunda aumenta a más de 3.000.000 $, y el de esta tercera llega casi a los 10.000.000 $.

El inicio de la película sin duda es la mejor parte, con las desventuras de Max en Negociudad y la legendaria pelea contra Golpeador dentro de la Cúpula del Trueno. Después, cuando se encuentra con un grupo de niños perdidos a mitad de camino entre Peter Pan y El Señor de las Moscas, que toman a Max por una figura mesiánica que viene a guiarlos a un paraíso, la historia decae bastante. Además, el cambio de tono resulta un poco chocante. Con la persecución final la película remonta un poco el vuelo, pero tampoco demasiado.

Si es cierto que la película estaba planteada inicialmente como una historia de niños perdidos, y que sólo posteriormente se les ocurrió que el adulto con que se encuentran fuera Mad Max, eso explicaría el principal defecto de la película, que no parece estar en la misma onda que las otras dos entregas. La violencia y salvajismo de las dos películas anteriores desaparecen totalmente, convirtiendo esta tercera en un entretenimiento familiar de sábado por la tarde, en el que Max se dedica a salvar niños y da la sensación de que no muere nadie (ni buenos ni malos). De hecho, ni siquiera hay demasiadas escenas de persecuciones y vehículos. Las exigencias del presupuesto la transforman en un producto eminentemente comercial, para todos los públicos, con canciones pop en la banda sonora y Tina Turner (que parece que no nació para actuar) en uno de los papeles principales.

En general, podría considerarse una correcta película de aventuras con niños, bastante típica de la época. Sin embargo, como película de Mad Max no da la talla, y parece que Max está allí un poco por casualidad. Sin embargo, precisamente su vocación comercial hace que probablemente sea la más popular de las tres.

Furia en la Carretera

Últimamente parece haber rumores sobre la producción de una cuarta película en la serie. George Miller ha dicho que tiene intenciones de dirigirla, pero en general todo son especulaciones y rumores. Mel Gibson no estaría implicado en la película (él mismo se ve mayor para el papel), y se ha rumoreado el nombre de Paul Walker (A Todo Gas) para sustituirlo, aunque parece que Miller prefiere a un desconocido para el papel.

En todo caso, y a pesar de intentos fallidos de volver a este tipo de género (Waterworld de Kevin Costner),no sería sorprendente dado el estado actual de la industria que nos encontremos de nuevo con Mad Max por las desérticas carreteras Australianas.