La Brújula Dorada

Esta película es la primera de la que pretende ser la nueva trilogía fantástica que dé beneficios a New Line Cinema, después del bombazo conseguido con El Señor de los Anillos. De hecho, la campaña de publicidad ha estado relacionando directamente y sin ninguna vergüenza ambas series de películas. La producción de La Brújula Dorada no parece haber sido fácil. Cuando Chris Weitz fue elegido director, descartó el guión que ya había sido escrito para ocuparse él mismo de la escritura. Después, abandonó el proyecto y fue sustituido por otro director, que también lo abandonaría por diferencias creativas con el estudio, con lo que acabó regresando Weitz. El estudio también parece haber impuesto varios actores, como en el caso de Christopher Lee o Ian McKellen (como la voz de Iorek Byrnison). De nuevo, parece un intento de enlazar esta película con anteriores éxitos del estudio...

Además, la película tiene detrás todo el tema de la controversia religiosa que acompaña a los libros. La trilogía de Philip Pullman siempre ha sido considerada una obra anti – religiosa o, directamente, anti – cristiana, por su representación de una iglesia católica ficticia dogmática e inmovilista, y por su tratamiento de temas religiosos. De hecho, en muchas ocasiones han sido presentados como una especie de "anti–Narnia" (por las lecturas cristianas que pueden hacerse de los libros de C.S. Lewis). En esta primera adaptación al cine todos estos temas no se referencian directamente. Es cierto que en el propio libro del que parte la película eran menos importantes, pero da que pensar acerca de las próximas películas, donde es un tema que debería ser cada vez más importante. Curiosamente, Pullman ha dado su voto de confianza a la película, al contrario que muchos de los aficionados de su trilogía. La razón de esta suavización está clara: el estudio tenía miedo de que las presiones de grupos fundamentalistas hicieran fracasar la película en las taquillas de Estados Unidos. De todas formas, no se han librado de la polémica ya que varios de estos grupos han criticado la película a priori por estar relacionada con esos libros ateos y promover entre los niños su lectura. El estudio debería haber estado más listo, y también más valiente, y haber aprovechado la polémica (viendo lo sucedido con casos como El Código Da Vinci o, en menor medida, el propio Harry Potter), promoviendo una adaptación más fiel. La controversia hubiera sido más o menos la misma, y al menos hubieran ganado puntos por fidelidad entre los aficionados a la novela. Claro, que entonces hubiera sido más difícil publicitar la película como un simple producto infantil.

En general, la adaptación de la película es un trabajo bastante fiel, aunque se han dejado fuera algunos de los últimos capítulos del libro, que se verán al inicio de la próxima película (y, de hecho, algunas escenas han podido verse en los trailers). Esta es una decisión un tanto discutible, ya que la película no es especialmente larga, y así queda con un final totalmente anticlimático, más parecido a un “continuará” televisivo que al final de una película. Por otro lado, muchas partes de la historia resultan un tanto confusas y se pasa atropelladamente de una situación a otra sin que queden muy claros los motivos. De nuevo (y ese es un defecto muy habitual últimamente), los lectores de la novela se enterarán más de lo que sucede que los que no conozcan el material de origen, y eso que esta parecía en principio la novela más fácil de adaptar de la trilogía. Quizá lo peor sea que da la sensación de que se ha optado por eliminar elementos que podían ser duros o crueles para dirigir la película hacia un público infantil. Por cierto, la traducción al castellano de varios términos importantes ha ignorado totalmente lo establecido en la traducción de las novelas.

La dirección de Chris Weitz resulta bastante plana e impersonal, y bastante mejorable en muchas partes. Esto puede ser achacable tanto a su inexperiencia (sólo ha dirigido antes las comedias Down to Earth y Un Niño Grande) como a los problemas de su participación y dedicación al proyecto. Puede que tuviera razón cuando abandonó el proyecto pensando que no estaba a la altura. En general, ni como director ni como guionista consigue generar demasiada emoción, quedándole una película un tanto fría y desangelada. El ritmo también es bastante mejorable, con repeticiones excesivas de algunas situaciones y demasiadas explicaciones dadas por los personajes (saltándose la vieja máxima de muestra algo, no lo cuentes). La banda sonora de Alexander Desplat (The Queen), joven compositor en alza, tampoco aporta gran cosa al resultado final.

El papel principal de Lyra Belacqua supone el estreno como actriz de la niña Dakota Blue Richards, que realiza un trabajo correcto, aunque a su personaje le falta un poco de desarrollo. Del resto del reparto, destaca especialmente Nicole Kidman, que es la que tiene mayor protagonismo, así como un personaje que le permite un mayor lucimiento. La presencia de Daniel Craig es bastante secundaria (a pesar de haber visto aumentado su papel de Lord Asriel respecto al libro), al igual que sucede con Eva Green, que interpreta a la bruja Serafina Pekkala. El resto de los actores, incluyendo las voces de Freddie Highmore (Descubriendo Nunca Jamás), Ian McKellen, Kristin Scott Thomas o Kathy Bates, tienen papeles bastante más secundarios.

De todas formas, el mayor fuerte de la película es la lograda recreación de la Tierra alternativa en que transcurre la acción, especialmente en ese Oxford y esa Inglaterra del principio, a mitad de camino entre lo real y lo mágico, con toques de steampunk. En todo caso, da la sensación de que un director más hábil le podía haber sacado más partido a este elemento. Los imprescindibles efectos especiales son correctos, centrándose sobre todo en la recreación de los acompañantes en forma de animal de los personajes humanos y en los osos polares, con lo que aparecen algunos problemas cuando se trata de generar pelaje por ordenador.

En conclusión, La Brújula Dorada es una correcta adaptación, que como película resulta más bien decepcionante, a pesar de su excelente ambientación y el buen trabajo de los actores, sobre todo porque es muy evidente que sólo es la primera parte de una historia más larga y que sólo podrá juzgarse correctamente cuando se tenga una visión de conjunto. Tampoco está muy definido cual es el público al que se dirige. Aunque los libros de Pullman parecen orientados a un público juvenil (que no infantil), lo cierto es que tienen bastantes lecturas que los hacen interesantes para los adultos. En cambio, la película se queda en una incómoda tierra de nadie: los niños la encontrarán compleja y aburrida en muchas partes, mientras que para los adultos puede plantear elementos interesantes, pero diluidos por un tono demasiado infantil. Además, la frialdad que transmite (y no es culpa de los helados escenarios en que transcurre buena parte de la historia) no ayuda a implicarse en la película, a la que le falta algo de verdadera emoción. La suerte que tiene esta película es que no tiene competencia para convertirse en el título de estas Navidades, porque si hubiese tenido que competir con un Potter o incluso con una Narnia, lo hubiera pasado bastante mal.

Beowulf

El gran poema épico de la lengua inglesa (más o menos equivalente en importancia a lo que es el Cantar de Mío Cid para la lengua castellana) ha sido adaptado varias veces al cine recientemente. En 1999 fue una extraña película protagonizada por Christopher Lambert que con resultados bastante lamentables le daba a la historia una ambientación cercana a la ciencia ficción. Ese mismo año, El Guerrero Número 13 adaptaba una novela de Michael Crichton que daba su propia versión de la historia, con resultados mucho mejores. Y hace un par de años, Beowulf & Grendel, protagonizada por Gerard Butler, daba un enfoque más realista a la leyenda en esta pequeña película.

Para su versión del poema, Robert Zemeckis ha utilizado las técnicas que empleó para su anterior trabajo, Polar Express, realizando una película de animación por ordenador empleando captura de movimientos. Es decir, la actuación de los actores se recoge en el ordenador mediante un traje lleno de sensores, así como la expresividad de sus rostros (también sembrados de pequeñas pelotitas reflectantes para detectar sus movimientos). Después el director y los animadores pueden emplear toda esta información para disponer los modelos en 3D de los personajes en escenarios también virtuales y realizar cualquier movimiento de cámara que pueda imaginarse.

Los personajes animados, al menos en su mayor parte, se parecen a sus contrapartidas originales (a las que también dan voz), quizá con la excepción del protagonista, Ray Winstone, que se ha ahorrado horas y horas de gimnasio para disponer de un físico perfecto (aunque el propio Winstone, de 50 años, afirma que su personaje se parece a él cuando tenía 18 años…). Puede discutirse la necesidad de realizar así la película, cuando podría haberse hecho algo similar a 300 y emplear directamente a los actores reales en entornos virtuales. La razón que se ha dado es que de esta manera el director dispone de total control y flexibilidad, algo que no podría tener de otra forma. También es de suponer que es más fácil poder crear luego tanto la versión normal como la tridimensional, y desaparecen los problemas de integración de elementos reales en escenarios virtuales.

Quizá el principal problema de la película, en su apartado técnico, venga de su planteamiento para ser vista y disfrutada en cines capaces de proyectarla con su novedoso sistema tridimensional (que emplea una tecnología y unas gafas más avanzadas que las clásicas gafas azules y rojas). Esto hace que en un cine tradicional esa espectacularidad se pierda y que en varias escenas se note excesivamente que están diseñadas para ser vistas en 3D (como sucede con la de la lanza). Al menos no es tan grave como era de esperar tras haber visto Polar Express y sus interminables recorridos del tren en plan montaña rusa. Así pues, parece que es recomendable ver la película en un cine preparado para la proyección en 3D, pero por desgracia son pocos y la mayor parte del público nos tenemos que conformar con el formato tradicional.

Siguiendo con las inevitables comparaciones con Polar Express, hay que reconocer que en esta nueva película los personajes parecen más reales y expresivos que en aquella: es obvio que la técnica avanza. Por otra parte, hay algunos momentos (escasos) en los que la expresividad de algún personaje no está del todo lograda, y quizá hubiera sido conveniente “corregirla” empleando técnicas de animación por ordenador tradicional (o, si se ha hecho así, habría que haberlo hecho mejor). Aún así, sigue habiendo una cierta sensación de “frialdad” en los personajes, aunque quizá se deba a que inconscientemente sabemos que no son reales (otros casos similares, como Gollum o Davy Jones, resultan más creíbles, pero quizá se deba a su integración en un entorno real). En todo caso, es difícil hablar de la calidad de las actuaciones y de las voces, habiéndola visto doblada, tampoco puede decirse mucho. En todo caso, es de agradecer que la mayoría de los actores (además de Winstone, completan el reparto Anthony Hopkins, Angelina Jolie, Robin Wright Penn, John Malkovich y Brendan Gleeson) tengan sus voces habituales de doblaje y no se haya contratado a “famosetes” de medio pelo como es tristemente habitual en otras películas de animación (claro, que esta tampoco sería la típica película de animación…)

Porque en efecto, esta no es una película de animación familiar y para todos los públicos: nada que ver con el cuento infantil navideño que era Polar Express. Además de alusiones sexuales y desnudos (aunque con bastante grado de “Austinpowerismo”, como lo ha llamado el crítico Roger Ebert), la película cuenta una historia violenta y sangrienta, y no se limita demasiado a la hora de mostrar sus aspectos más brutales.

El guión sigue bastante literalmente la historia del poema original, aunque se trata de una interpretación moderna realizada por el guionista Roger Avary (colaborador de Tarantino en el guión de Pulp Fiction y autor del de Silent Hill) y el escritor Neil Gaiman (cuya novela Stardust hemos podido ver recientemente también adaptada al cine). Como era de esperar en esta modernización de la historia, se busca dar algo más de profundidad psicológica al protagonista: Beowulf no es un héroe perfecto, sino un hombre con defectos y debilidades. Igualmente, Grendel y su madre no son únicamente monstruos a eliminar por el guerrero, y la película insinúa razones para que el espectador empatice con ellos. Aún así, esto son sólo unos apuntes: el guión de la historia no deja de ser una secuencia de escenas de acción y combate espectaculares, sin mucha más profundidad detrás. Al fin y al cabo, la historia de Beowulf no deja de ser la historia vista mil veces del guerrero que se enfrenta al monstruo, y eso es lo que hace en la película (varias veces…)

El habitual colaborador de Zemeckis, Alan Silvestri se ocupa de la banda sonora. Se trata de un trabajo espectacular de tonos épicos, que recuerda en ocasiones por su estilo a la música que compuso para Van Helsing, y acompaña a la perfección con su fuerza y grandilocuencia a lo que se ve en pantalla.

Beowulf es una película espectacular, y es de suponer que lo es todavía más si se puede ver en 3D, siguiendo con la tendencia de atraer al espectador a las salas de cine ofreciendo el más difícil todavía y el máximo espectáculo. Con una duración inferior a las dos horas, y con contínuas escenas trepidantes, el ritmo no decae en ningún momento. Eso sí, la película no cuenta una historia especialmente original ni sorprendente. Así, Beowulf resulta muy entretenida, pero no resulta memorable ni revolucionaria, ni en el apartado técnico ni en lo que se refiere al contenido. Quizá lo más destacable sea el enfoque sangriento y más adulto tratándose de una superproducción de animación, y es poco probable que un título pase a la historia del cine por eso.